La tarde de un día similar, en 1532, empezó la invasión contra nuestros pueblos. Y no ha terminado.
Aquella tarde no sólo murieron masacrados más de diez mil abuelos nuestros: ese día también arribó el libro y trató de impornerse el mundo sustentado en la palabra escrita.
A pesar de todo lo ocurrido, aquí estamos. Honramos a los que hicieron posible la permanencia de esta cultura. No seguiríamos siendo si ellos no hubieran sido.
La capacidad criadora del mundo andino hizo suyo el trigo y los caballos, la guitarra y los bueyes; amansó la palabra y ahora cría al libro para hacerlo hablar desde su universo.
Este pasado 16, mientras en muchas comunidades celebramos ofrendas a la tierra, a las montañas y a los difuntos, en la sede central de la Red nos reunimos un buen grupo para reflexionar, celebrar y compartir juntos.
La invitación reproducía un texto de “A pesar de los pesares”, de Eduardo Galeano:
“Sí, yo creo, más que nunca creo que la memoria colectiva está porfiadamente viva: mil veces matada pero mil veces viva en los refugios donde se lame las heridas”.

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