Así, el poder ejerce manipulaciones que pueden ir más allá de lo absurdo, pero investidas de aparentes certezas: “La economía ha experimentado un crecimiento cero”, por ejemplo; o la “Desaceleración de la economía”, como indicándonos que aquella ya está acelerada, etc.
La desinformación empieza por torcer la lógica y alterar la coherencia entre la realidad y la noticia.
El prefijo “Anti”, para citar un caso, puede ejercer una potencia devastadora: en efecto, condena con facilidad y parece enunciativo mientras descalifica.
Sobre las manifestaciones que el pueblo de Cajamarca sostiene en defensa del medio ambiente, los noticiarios hablan de “Pequeños grupos de anti-mineros”; no se dice “Miles de comuneros anti-codicia” como tampoco “Masas de ciudadanos pro-naturaleza”.
Son miles de personas del campo y la ciudad, hombres y mujeres ancianos, jóvenes y niños que ejercen su derecho a decir no a la depredación y sí a la vida, pero el informadero dice “unos cuantos”.
La publicidad –como reza el aforismo– no vende productos, sino que compra clientes.
El escritor Álex Grijelmo nos pinta este cuadro así: “El lenguaje, pues, tiene efectos en la mentalidad de la gente como se sabe desde hace tiempo. Sobre todo cuando no apela a la razón y el conocimiento sino que consiste en una prestidigitación verbal que saca palomas de un sombrero y hace desaparecer pañuelos de colores de manera que, como no se aprecia el truco a simple vista, todos dan por bueno lo que el mago presenta”.
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