julio 02, 2010

William, presente

Tuve la suerte de conocer a William Álvarez durante un taller que dicté en Medellín, Colombia, a inicios del 2008. Y más suerte aún de volverlo a hallar este año, ya como Director del Parque Biblioteca Belén, lugar donde se desarrollaron el Encuentro de Bibliotecarios de Antioquia y el Congreso de Bibliotecas Rurales.
Pudimos hablar largo con William y, al despedirnos, me entregó esta carta que, después de leer ya en Cajamarca –por su extraordinaria riqueza– le pedí el poder compartirla con todos los nuestros.
Este 30 de junio William fue asesinado en su casa, por quienes habrían entrado para robar.
No hay palabras para el dolor. Pero están sus palabras, que dicen quién era William y cómo entendía la vida.
Desde aquí, nuestro abrazo para todos los suyos.
Alfredo Mires
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Medellín, 16 de Abril de 2010


Alfredo, qué sería de nosotros si no existieran los hábitos para aferrarnos al tiempo y no caer por sus acantilados: el mundo se tendría que crear todos los días.

El tiempo tiene dos sentidos y está en las palabras de dos poetas milenarios japoneses: Las de los poemas de Hitomaro, que dice que “El Tiempo corre de la misma manera que lo hace nuestra vida diaria. El Tiempo fluye desde el eterno pasado hacia el eterno futuro. El ser humano es como una burbuja nacida fuera del agua; flota con la corriente, y se desvanece en alguna parte. El correr de este Tiempo es a la manera del agua en un río, y lo llamamos kronos”; mientras que en los versos de Akahito se describe el otro tiempo, “El que no fluye, hecho de quietud imperturbable, tranquilidad; y el cual nosotros, los occidentales, lo denominamos con la palabra griega: kairós”.

El tiempo que nos domina a diario en Medellín es el kronos y que Cortázar cita en unos versos abrumadores: “No nos alcanza el tiempo, / o nosotros a él, / nos quedamos atrás por correr demasiado, / ya no nos basta el día / para vivir apenas media hora”.

Es el tiempo que se recicla en el reloj y se convierte en castigo cuando llega el lunes, donde escasamente despuntan los arreboles porque se los tragan los papeles de las oficinas. Es el tiempo obediente, que acepta, hecho de rigor, que cumple órdenes y está domesticado; que se amarra a los calendarios como animales subordinados (como un can que custodia lo finito) que consume segmentos de vida y bocados de actos y que sale a perseguir a diario sin importar qué se persigue. Tiempo portátil, sin confín, de amaneceres con futuros conseguidos a crédito para vivir el presente por cuotas, y donde no vivimos nunca lo que a toda hora esperamos vivir. Tiempo que cuando a diario nos despertamos salimos a perseguir y cuando volvemos para dormir ya es él, el que nos persigue, con sus eslabones que nos separa del instante y la eternidad.

En cambio, el kairós está hecho de lo sagrado, de lo que nos trasciende y nos da paz, fuera de las cosas que nos distraen, hecho con lo que nunca puede ser tocado, fuera de lo profano. Tiempo hecho sin agendas, donde el corazón piensa y el pensamiento siente; entonces, en él la eternidad puede ser la caída de una hoja, porque la eternidad cabe en un acto, en una intuición.

El kairós se sitúa en nosotros en la expresión que parece un proverbio japonés: “La vida no es lo que a diario respiramos, sino aquello que nos quita el aliento”.

Desde el Parque Biblioteca Belén, ahora envío para tu comunidad mensajes del Kairós que a diario contemplo en el Espejo del Agua donde he visto que el cielo y la tierra se unen en el fondo de su superficie; y que al contemplarlo siento que el mundo se desanda en el asombro, en lo sencillo, en lo innombrado, en lo invisible, como una acción sin hechos; y la vida dura más de media hora en el día.

Te envío mensajes para que tu vida siga siendo sabia; en la velocidad de la calma, de la pausa, deteniéndose a cada rato como quien junta sus rincones; sin el ritmo de las horas, sino del corazón y el alma. Te envío mensajes en nombre de la dignidad humana y del derecho de vivir en paz.

William Álvarez

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