Después de mucho
tiempo y un largo encierro por la pandemia, para Fiestas Patrias pudimos
visitar a nuestra familia que vive en la costa norte, en el campo. Es un lugar
muy bonito, rodeado de árboles y sembríos donde viven también iguanas,
lagartijas, loros, colibríes y, claro, gatos y perritos.
Cuando llegamos, una
de las perritas había tenido crías: ocho hermosos cachorros salieron a nuestro
encuentro y conquistaron nuestros corazones. De manera que, como familia,
asumimos la tarea de cuidar a estas criaturitas y a su madre.
Durante la semana que
pasamos en la chacra, los cachorros crecieron y empezaron a jugar; escuchamos
sus ladridos al levantarnos y sentimos sus diminutas lengüitas acariciando
nuestros pies descalzos cuando nos acercamos a ellos.
Por nuestra
experiencia sabemos que los cachorros en el campo de la sierra también son muy
apreciados: muchas veces, incluso, la gente cambia un perrito por un cuy o una
gallina para tener compañía y alguien que cuide la casa. Por eso decidimos
traer los ocho cachorros y buscarles un hogar.
En el camino, nuestro
compañero Ramiro Yglesias y su familia, de Contumazá, recibieron cuatro de los
pequeños, y en Cajamarca ya habíamos encontrado un nuevo hogar para otros tres.
Quedaba un pequeño machito…
Entonces se nos
ocurrió poner una foto del cachorro en las “redes” … y casi al instante
recibimos un aviso de Sócota (en la provincia de Cutervo), que queda a unas siete
horas desde Cajamarca: Wilson, un niño del Programa Comunitario, quería tener
el perrito.
Así que nos tocó
organizar el viaje del cachorro. Con varias escalas y muchas manos que lo
cuidaron en el camino, el perrito llegó sano y salvo a su destino. Ahora
acompaña a Wilson… y, como pueden ver, es un afecto extraordinario.
Mara,
Rumi, Alfredo y Rita