Después de tres días de intensas y emotivas interacciones en la Asamblea de Bibliotecas, en la ciudad de Cajamarca, llegamos a la población de Masintranca, donde don Sergio y doña Donatila coordinan y desarrollan programas bibliotecarios; por otros tres días, ellos dos, junto con su hija Nerly, fueron los más amorosos anfitriones y guías, como hermanos mayores, que enseñan a caminar, a ver y a escuchar. Desde su acogedora casa intentamos acercarnos a su hacer, entender cómo perseveran los comuneros en que las bibliotecas rurales sigan siendo faro y lugar de encuentro y pensamiento para las comunidades, en que la palabra los una y les ayude a crecer juntos.
Uno de nuestros objetivos -de Javier y yo- era, a través del encuentro con las y los estudiantes de secundaria de la I.E. Cristo Rey de Masintranca, conocer un poco el mundo que viven y construyen estos muchachos y muchachas; sus anhelos, su forma de ver y participar en su comunidad, en fin, ese yo que cada uno pone en juego al ser parte de una familia, de un pueblo. El comprensible silencio de ellos y ellas, así como sus profesores (con quienes también hicimos un taller), ante este par de personajes extraños que aparecen de repente a preguntar cosas, se volvió comunión en la palabra escrita, en las emociones que de un modo u otro experimentamos todos, pero que a veces no nombramos. A partir de un ejercicio de escritura, que básicamente consiste en responder algunas preguntas de carácter existencial, lo que se propone es una puesta en común de lo que convocan y provocan esas respuestas; ver que, finalmente, no somos tan diferentes, nos dolemos y nos alegramos y soñamos de modos similares, aunque cueste mucho hablar de eso.
Así llegaron sus reflexiones, propias de jóvenes de entre trece y diecisiete años, gracias a la escritura, pero especialmente gracias a su disposición para escucharse a sí mismos y contarse cosas que posiblemente no se pregunten en el día a día. Y gracias también a su confianza en nosotros (y en que seremos respetuosos guardianes de sus asuntos), ya que, valga decir, también nos confiamos a ellos con parte de nuestras propias historias. Queda un valioso montoncito de hojas donde ellas y ellos son lo que son y también lo que sueñan, donde lloran pérdidas y soledades, desconfianzas y desigualdades, pero también donde celebran y se alegran con la grandiosidad de lo pequeño. Creemos, como dice una de las jóvenes, que, aunque no queramos recordar y hablar de ciertas cosas, hacerlo nos “ayudará a construir un futuro mejor”. De aquí que otra de las chicas dijera: {me siento} “de manera bacán, porque nos permitió hablar sobre un poco de nuestra vida, como fuimos viviendo”.
Nos dieron invaluables regalos: los jóvenes estudiantes, la posibilidad de asomarnos, desde sus miradas, al presente de este hermoso territorio; nuestros amables anfitriones, incluida la pequeñita y bella Salomé, la generosidad infinita de la hospitalidad que junta corazones. A todos, nuestra gratitud y sincero deseo de volver a encontrarnos.
Orlanda Agudelo Mejía
El Carmen del Viboral, Colombia