A
propósito de un rico instruido al que se le ha ocurrido decir que "Los pobres no leen porque son
ignorantes", aquí un escrito de nuestro compañero Alfredo Mires
publicado hace dos años en el libro “Esa luz de más adentro”:
La raíz comunitaria de la salud
No
es ignorante el que no sabe la tabla de multiplicar o la letra del himno
nacional. No es ignorancia no conocer otros países o no saber cómo comer con
cuchillo y tenedor. Menos ignorancia aún es no saber el nombre del cantante de
moda o el último suceso político del país.
Nosotros
en el campo llamamos ignorante al carente de generosidad, al falto de gratitud
y gratuidad. Ignorante es el abusivo y el lesivo, el mezquino y el oportunista,
el rastrero, el cobarde, el traidor y el artero. Ignorante es quien falta el
respeto, quien no sabe vivir en comunidad, quien no comparte y no sueña.
Quien
niega y ofende la vida del otro es más que un ignorante: es un infeliz. Amarga
debe ser la vida de quien no sabe apreciar el valor del resto. Por eso Dios
aparece en forma de mendigo, de pobre de pobres, para poner a prueba la valía
interior de sus pueblos.
Quien
se precia de la ropa que lleva puesta, de lo que gana explotando o siendo
explotado, de los títulos o de las estúpidas razones que le confieren poderes
banales a los más brutos, sólo son sepulcros, tumbas ambulantes, lápidas
tristes, flores truncas, lágrimas obligadas. Ignorantes.
Ver
a las papas, los maíces, las alverjas o a las ocas como meros productos, como
simples “recursos naturales”, es una vergüenza. Porque no es un objeto aquello
que vive y que es fruto generoso de la tierra y del esfuerzo criador de
nuestros abuelos.
Eso
nos enseñan nuestros mayores, eso nos dicen los cuentos de todas las
comunidades en los andes: que las comiditas son sagradas, que son una
bendición, que cada planta, cada piedra, cada pálpito tiene su poder y su
fortuna.
Estos
cuentos nuestros, escuela fecunda de los saberes más hondos, nos dicen que la
salud de los pueblos depende de esta gracia, del cariño mutuo entre todos los
vivientes, del afecto entrañable, del respeto encarecido, del parentesco
primordial entre todos los que nos hemos ido criando juntos.
Cuando
los maizales cantan con el viento y los papales bullen floreando, cuando las
ocas descansan al sol para endulzarnos más luego, cuando toda la tierra es una
promesa permanente, sabemos que vale vivir y que ese solo sentimiento es
sabiduría. Que ésa es una salud que no radica en los hospitales ni en las
farmacias. Que ese es el fundamento que se le escapa a las ignorancias.