Ahora que es tiempo de
elecciones y la propaganda nos viene sobresaturando, amigos lectores de nuestro
blog –a quienes agradecemos por su interés y presencia– nos han pedido insistir
con esta nota.
Y aquí va, para
variar, con otra viñeta.
A finales de junio de este año
(2011), nuestro compañero Alfredo Mires Ortiz dio una conferencia titulada
“Educar al escorpión”, en el marco del I Congreso Internacional y IX Nacional
de Educación Intercultural Bilingüe “José María Arguedas”, en Cajamarca.
Aquí un extracto, bastante
pertinente a la luz de los recientes acontecimientos en la región:
“En
la Grecia antigua, se establecía una marcada diferenciación entre los politikos y los idiotikos.
Los
políticos, literalmente, optaban por la ciudad, comprendida en ese entonces
como el colectivo, las pequeñas aldeas soberanas denominadas pólis. Ésta era la
gente preocupada por los asuntos de los Estados y fue de ahí, precisamente, que
surgió el concepto y la práctica de la democracia como doctrina política en la
que el pueblo participaba de su gobierno.
Por
esta razón, quién aspiraba a ejercer un cargo público debía estar libre de
polvo y paja y ser inocente o cándido: de ahí es que viene la palabra “Candidato”…
(sin comentarios)
Y
es por eso que hasta hoy, en el propio diccionario de la lengua española, la
palabra política significa –en primer lugar– cortesía, y luego “Arte con
el que se conduce un asunto. Opinión o intervención en los asuntos del Estado o
la cosa pública”.
Los
idiotikos, en cambio, eran aquellos
que sólo se ocupaban de sus intereses privados. La palabra idio significa propio.
Los idiotikos, entonces, no estaban
interesados en el bienestar de los demás.
No
vamos a entrar en detalles sobre la forma cómo se han trastocado los
significados ni en la exagerada coincidencia de la historia griega con algunos
contextos nacionales, pero sí es importante comprender que el interés primario
de una política pública es la dedicación decente al colectivo que la hace
posible.
Ya
en el siglo XVI, Thomas Moro –quien fue decapitado por decir lo que pensaba y
cuatrocientos años después convertido en santo–, señala en uno de sus escritos:
“...donde hay propiedad privada y donde
todo se mide por dinero, difícilmente se logrará que la cosa pública se
administre con justicia y se viva con prosperidad”.