Llegué al Ecuador hace poco, por razones de estudios.
Justo a punto de llegar a la frontera, el personal del
bus nos avisó que debido al paro que se había iniciado allá, era posible que no
llegáramos a nuestro destino. Logré sin embargo llegar a Quito y, allí, un
inesperado golpe de realidad cambió mi percepción sobre el continente y su
gente.
En Ecuador, hace poco se había aprobado un decreto que
multiplicaba el costo de los combustibles y, por lo tanto, el costo de vida se
había duplicado. Un amigo me contó que, por ejemplo, su padre –que trabaja en
la distribución de víveres en la ciudad– usaba un estimado de $10 para cubrir
una jornada completa de trabajo; a consecuencia de ese decreto, el señor
invertía ahora cerca de $26 diarios.
En los días siguientes la lucha se agravó con la
inserción de las organizaciones indígenas y el despliegue de las fuerzas
estatales a lo largo y ancho del país.
Dentro de las universidades –para gran y grata sorpresa
mía–, se organizaron brigadas de ayuda para los compañeros que día con día
defendían la soberanía de su pueblo.
Sería no solo loable sino también necesario que, en el
Perú, los grandes centros de estudios se convirtieran en un referente para el
cambio en tiempos similares, que en mi patria no faltan. Porque está muy bien
propiciar la investigación y el cultivo del intelecto, pero esta labor debe
estar siempre acompañada de actividades por la solidaridad y el bien social.
Problemas en nuestro continente nunca faltan, por lo que no podemos ser
indiferentes a situaciones como esta, sobre todo si son directa o
indirectamente el motor del desarrollo de nuestros conocimientos. Dejar de
vivir en una burbuja y empezar a palpar la realidad, bajándonos de los absurdos
pedestales impuestos por la sociedad.