Es domingo en la plaza de armas de la provincia cajamarquina de Cajabamba.
Está izada la bandera y hay un concurso de estandartes entre varias escuelas y colegios de la ciudad y el campo.
Los batallones de estudiantes se aprestan a marchar frente a un jurado.
Todas las representaciones están engalanadas y muchas visten trajes costosos; algunos incluso imitan uniformes militares. Y la marcha empieza.
Hace ya algunos meses, el profesor Miguel Santiago Rodríguez Roncal organizó en su escuela campesina de Pingo, unos talleres para que las madres de familia volvieran a enseñar a sus hijos el tradicional tejido a callua para hacer fajas; niños y niñas remozaron su aprendizaje y entre las propias madres se compartieron sabidurías y secretos de los textiles.
La marcha empieza en la plaza sobre el piso mojado por la lluvia y, de pronto, aparece la escolta de la escuelita de Pingo: los niños no calzan zapatos sino llanques, la ojota campesina; sus pantalones y faldas están sujetos con fajas del campo; y hasta las cintas del porta estandarte son fajas en las que puede leerse el nombre de su comunidad.
Hay que ver la serena dignidad con la que desfilan estos niños, rompiendo con protocolos y gerenteces.
Ellos ganan el concurso. Y aún si no lo ganaran.
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