Este cuento fue narrado por don Martín, de Araqueda, y recogido por Gabriel Ponce, de Cajabamba:
En una casa vivía una viuda con sus hijitos, y vivía sábelo Dios cómo. Pero un día llegó un viejecito que le dijo:
– Tal vez tenga comidita que me diera.
No tengo nada –contestó la viuda–, sólo una gallinita; pero si tiene hambre, la mataré a fin de que no se váyaste así.
El viejo contestó:
– Mátalo, pero todas las plumas no las vayas a botar, sino más bien, entiérralas.
Y así lo hizo.
Comió el viejito y se fue, pero antes de irse le dijo:
– Dios te ha de dar muchas gallinas por ser tan compadecida.
Al día siguiente, por la madrugada, cantaban muchos gallos. Y en esto se despertó la señora y encontró que todas las plumas se habían convertido en gallinas, gallos y pollitos.
Desde ese momento la señora tuvo comida para toda su vida.
Seguramente fue Dios que esos tiempos andaba.
En una casa vivía una viuda con sus hijitos, y vivía sábelo Dios cómo. Pero un día llegó un viejecito que le dijo:
– Tal vez tenga comidita que me diera.
No tengo nada –contestó la viuda–, sólo una gallinita; pero si tiene hambre, la mataré a fin de que no se váyaste así.
El viejo contestó:
– Mátalo, pero todas las plumas no las vayas a botar, sino más bien, entiérralas.
Y así lo hizo.
Comió el viejito y se fue, pero antes de irse le dijo:
– Dios te ha de dar muchas gallinas por ser tan compadecida.
Al día siguiente, por la madrugada, cantaban muchos gallos. Y en esto se despertó la señora y encontró que todas las plumas se habían convertido en gallinas, gallos y pollitos.
Desde ese momento la señora tuvo comida para toda su vida.
Seguramente fue Dios que esos tiempos andaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario