Santa Ana es especial.
Es cálido, muy verde, con muchas, muchísimas plantas, un río impresionante, uvas, papayas, plátanos, paltas por todos lados y ese aire tibio en las noches que anima los recuerdos y las conversas.
Regresar a Santa Ana me trae mucha nostalgia y entereza.
Es el lugar a donde fui la primera vez junto con Alfredo y con nuestros Rumi y Mara a visitar una niña del Programa Comunitario. Es ahí donde Alfredo se encontró con esos ojos que inspiraron el libro. Y es donde la abuelita de Gabi nos habló del ángel que Dios le mandó a su casa para cuidarlo.
Pero Santa Ana también es el lugar donde la comunidad espera nuestra llegada cada año para reunirse en el día y la noche para hablar sobre su salud. Es ahí donde conversamos sobre las posibilidades de curarnos, de vivir más sanos, de crecer juntos. Reunidos aprendemos los unos de los otros.
Muchos de mis conocimientos de medicina natural vienen de estas conversas… y luego las llevo en mi corazón y mi mente a otros lugares. Aprendí de los mismos comuneros, de don Marciano Amaya –nuestro coordinador de la zona– y de Alfredo. Y sé que este grupo de familias que se formó en Santa Ana a raíz de estas reuniones también está creciendo.
Gracias Alfredo y Marciano por enseñarnos.
Y gracias, Gabicita, por inspirar este aprendizaje.
Rita Mocker
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