abril 25, 2011

AnalfabetiZando


A mediados de los años ’80, fuimos a las oficinas locales del Ministerio de Educación para proponer juntar esfuerzos con nuestras Bibliotecas Rurales en una campaña grande y precisa de alfabetización.
El funcionario que nos recibió no nos dejó terminar de explicar nuestra propuesta: “Nuestro gobierno ya tiene su propio programa –nos dijo con cargada suficiencia– y a fines de este año no habrá ni un solo analfabeto en Cajamarca”.
Así que nos echaron de aquella oficina con las cajas destempladas.
Unos meses después de aquel incidente, el Plan Nacional Multisectorial de Alfabetización, publicó unos folletos con fondos de la OEA para su proyecto de alfabetización: habían copiado –sin tener siquiera la gentileza de consultárnoslo –, el nombre de nuestra serie (Biblioteca Campesina); habían plagiado la viñeta de nuestras carátulas e incluso el tipo y tamaño de letra de nuestras publicaciones.
Para finales de aquel año, claro está, el arte de birlibirloque no hizo variar la cifra de analfabetos.
Han pasado muchos gobiernos y muchas campañas oficiales de alfabetización. Parece que el desafío sigue siendo tener muchos educados incultos, en desmedro de analfabetos sabios. Porque aprender a leer y escribir no significa que se comprendan los textos; y menos aún que implique cómo aplicar lo leído en los contextos.

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