Arthur Schopenhauer, el filósofo alemán que escribió tanto sobre los dolores del mundo, decía que “La ignorancia sólo degrada al hombre cuando va acompañada de la riqueza” y que “La riqueza es como el agua salada: cuanto más se bebe, más sed da”.
Para Schopenhauer, nada contribuye menos a la alegría que la riqueza, y por eso afirmaba que “en los ricos y grandes dominan las figuras abatidas”.
Unos mil setecientos años antes, Máximo de Tiro, filósofo y maestro de retórica griego, había dicho que “El humor es la única arma que le queda a los débiles frente al poder opresor”.
Para los aún más antiguos maestros griegos, el humor era una cuestión de equilibrio.
El cuerpo humano contenía para ellos cuatro líquidos fundamentales llamados humores (de humoris, que significa agua, líquido, la humedad que rezuma la tierra o humus).
Aquellos humores estaban estrictamente vinculados a los cuatro elementos: Tierra, Agua, Aire y Fuego. Cuando dentro de cada persona estos humores estaban en equilibrio, entonces estaba “de buen humor”.
Y era el agua su fundamento. En tanto estamos compuestos mayormente por agua, la mayoría de las culturas del mundo han comprendido la base de este equilibrio para el buen humor de todo lo que existe.
Hoy, 8 de julio, cuando se cumplen diez años de la muerte de Juan Medcalf, entrañable compañero nuestro fundador de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca, aunque su ausencia nos abate –más aún en medio de la hiriente situación que estamos viviendo en Cajamarca–, el buen humor que animaba sus pasos es un aguijón para seguir andando, para perseverar trajinando.
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