En el marco del III Seminario de Tradición Oral y Culturas Peruanas, se hizo un homenaje a nuestra Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca y a nuestro compañero Alfredo Mires Ortiz, por el desarrollo de esta “experiencia singular y de ejemplar continuidad, no solo por su contribución al re-encuentro entre las culturas campesinas sino también por la sabia recuperación de los saberes, tecnologías y sueños como se advierte en la Enciclopedia Campesina de Cajamarca”.
El día jueves 4 de octubre, en la Casa de la Literatura Peruana –en la ciudad de Lima–, Alfredo Mires dio la conferencia titulada “Las peras y el olmo: Tradición oral y cultura andina desde la experiencia de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca”.
Aquí compartimos algunos fragmentos:
Ruego contar con la hondura suficiente para representar a las comunidades de las que procedo, a los comuneros que forman parte de nuestra organización y a la honra de quienes nos forjaron con su aliento, así como a la memoria de aquellos que ya partieron: a doña Ignacia Lara Maluquish, Armantina Zorrilla, Felicitas Cabrejos, Luis Francisco y Alberto Mires, Sarah Heery y Juan Medcalf, para que su ánimo siga bullendo (…)
las comunidades latinoamericanas tienen más de quinientos años doblegando a los verbos de la lengua inserta para que digan lo que la tierra quiere decir a través de ellos. Es posible escribir como se habla y no necesariamente hablar como se escribe.
Sólo una tecnocracia de la lengua podría impedir la amplitud de los significados o los colores de las dicciones. Encasillarla en moldes arbitrarios es vapulear la autodeterminación que la mantiene insepulta.
La erudición colectiva y las tradiciones orales, así como sus maneras de pervivir, no son una tabla de salvataje de los saberes, sino los saberes mismos, el misterio que las nutre. No son la manifestación del dentro sino el mismísimo fondo (…)
La observación de las lecturas y los discursos no puede privarse de la observación del universo que los rodea. Toda la magia y la sabiduría de la narración no están adelante ni atrás del corpus que la constituye, sino que son su propia constitución.
En comunidades criadoras como la nuestra, hasta el aparente olvido puede ser un buen aliado, porque no es como leteo de los griegos: si el olvido –que es para nosotros como el sedimento de lo vivido– se enyunta con el recuerdo que es despertarse, puede engendrar entonces la inventiva, la frescura insurrecta, la innovación de los decires y los presentes fructuosos.
Es decir, el olvido no tiene que ser negación, error, clausura, oscurana o neblina, sino acicate, impulso, como fustigador de urdimbres sumergidas, como el pendenciero sembrador que confía en la redención de las cosechas (…)
Hace ya tiempo, cuando empezamos a caminar con los libros en el campo, algunos entendidos nos dijeron que eso era poco menos que una pérdida de tiempo. Y cuando comenzamos a publicar nuestros propios libros, dijeron que era una necedad, una indecencia. Algunos especialistas sentenciaron que el contenido de nuestros libros era una insensata contribución a la barbarie. Dijeron que era peligroso: que ruin árbol daba ruin sombra, que no había que pedirle peras al olmo.
Nosotros seguimos pensando que a los patrocinadores de aquello que no hay que pedirle peras al olmo, quizá no se les ocurrió conversar con el olmo a ver si le interesaba dar peras. Lo que pasa es que no se le puede seguir endilgando a la naturaleza las precariedades espirituales que adquieren las sociedades en su soledad y aceleración, tanto antigua como moderna (…)
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