Hace poco más de dos
semanas, alrededor de las once de la mañana, la puerta principal de nuestra
casa fue violentada: los ladrones entraron, fueron directamente a la oficina de
nuestro compañero Alfredo Mires (Asesoría Ejecutiva/Secretaría de Capacitación
y Producción de Materiales/Grupo de Estudios de la Prehistoria Andina) y se
llevaron la computadora principal.
Hacía apenas un año –y
animados por la posibilidad de empezar a producir vídeos para apuntalar el
quehacer de nuestras bibliotecas–, un generoso amigo nos había obsequiado esa
máquina. Y otra herramienta sumamente valiosa para nosotros –una transcriptora
digital usada en el recojo de la tradición oral, también fraternamente
obsequiada–, fue hurtada
Evidentemente los
ladrones habían estado espiando, pero no deja de sorprender que pudieran
hacerlo en horas de la mañana, en una avenida tan transitada y –claro–, sin que
nadie viera nada.
A toda persona honesta
indigna un robo, pero quizá indigna aún más el solo hecho que ingresen
mancillando una casa levantada piedra a piedra con humildad, coraje y
ensoñación solidaria.
Y también indigna, por
ejemplo, que se movilicen tantas fuerzas a favor de quienes depredan el
ambiente y tan pocas en beneficio de la seguridad ciudadana.
En fin, como dijera
Arguedas, “los esperaremos en guardia”.
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