(Apuntes de Alfredo Mires; visita a
la zona de Yunchaco, provincia de Cutervo. Agosto 2015)
Caminando,
como conversar, pregunto a Rigoberto –un joven comunero de Yunchaco– cómo fue
para él aprender a leer:
–
Aprendí nomás –me dice–, pero nunca leí.
Rigoberto
no recuerda ningún título ni autor de su paso por la escuela.
–
Nos hablaban de algunos escritores, pero era como si fueran de otro país. Y era
para el examen… Una vez un profesor nuevo nos dijo que teníamos que comprar una
obra: ¡¿de dónde íbamos a comprar ese libro si apenas teníamos para comprar comida,
y dónde para comprarlo?! Por eso ni siquiera le agarrábamos cariño a la lectura…
En la ciudad debe ser diferente porque aunque sea uno tiene los carteles de
propaganda para leer, pero aquí en el campo ¿qué carteles íbamos a leer?
–
¿Y ahora, con la Biblioteca Rural? –le pregunto.
–
¡Eso es otra cosa! Eso es como mi casa. Ahí leo porque quiero y con ganas; ahí
nadie me ordena ni me amenaza. Si me equivoco leyendo en voz alta es normal:
entre todos nos corregimos y nos alegramos aprendiendo. Y además, con los
libros de cuentos (de la Biblioteca Campesina) se me fue quitando el miedo: yo
nunca pensé que los libros podían hablar como nosotros. Y cuando ya le agarré
camote (confianza o cariño) ya pude leer mejor otros libros.
–
¿Qué has comprendido con eso? –le insisto.
–
Que hubiera sido lindazo tener esa posibilidad desde pequeñito.
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