(Apuntes de Alfredo Mires; visita a
la zona de Yunchaco, provincia de Cutervo. Agosto 2015)
Nos
detenemos de golpe: en un recodo del camino entrando al pueblo, una larga caravana
de hormigas atraviesa la senda. Son hormigas rojas, grandes, y van cargadas de
hojas, palitos y granos.
Maicol,
de diez años, que está con nosotros, sentencia:
–
Más tarde va a llover.
–
¿Cómo sabes? –le pregunto.
–
¿No lo ves? Las hormigas nos están avisando.
Miro
al cielo y no veo una sola nube. Dudo, como los astrónomos del cuento que me relataron
los comuneros, hace ya muchos años, en las alturas de Sayapullo.
Al
fin de la tarde, el cielo se preñó de nubes y el aguacero se desató con sus
cantares de agua.
No
supe entender a las hormigas: ellas se apresuraban llevando su comida y esas hojas,
imagino, de paraguas.
–
¿No sentiste además el calor que avisa la lluvia? –me pregunta César, comunero,
papá de Maicol y coordinador de las bibliotecas.
–
¿Te refieres al “sol de lluvia”?
–
No –me explica–: es el calorcito que uno mismo siente sabiendo que va a llover.
“Estamos también perdiendo la
capacidad de leernos a nosotros mismos”, me digo. Felizmente las hormigas
no van a las universidades: para aprender hay que acechar y asombrarse siempre.
Así uno puede comprender más, y gratis, porque la tierra no escatima enseñares.
No
hay más camino que esta juntura, generosa y fértil, de todos con todo, entre todos,
por todo.
Ayer
mataron un coche (cerdo): esa cocina era una fiesta, todos trabajando, conversando,
riendo, contando, celebrando. Y todo fue compartido, como comparte la tierra.
No hubo vecino que no probara un chicharrito.
El
día que regresaba, de madrugada, don Mariano –un mayorcito de la comunidad– se
me acercó con una bolsita de café:
–
Es de mi chacrita –me dijo–: lleve para su camino.
Y
el abrazo, hondo.
Entrando
desde el norte a Cajamarca, pueden verse las gigantescas tarascadas que vienen
sufriendo los cerros, lacerando también a sus hijos.
Esto
revela y rebela la historia que nos asedia, plagada de vaciedad individualista,
infestada de megalomanía extractivista.
Los
pobres dan incluso lo que les falta; los codiciosos quitan incluso lo que les sobra.
1 comentario:
Ya no nos leemos, hemos perdido esa conexión con una profunda verdad que canta y dice también en nuestros cuerpos. Una belleza tu historia.
Un gran abrazo,
Javier
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