No faltan gatos que cruzan por nuestros techos, transitando por el barrio.
Pero uno llegó a quedarse: bajó vaya uno a saber cómo y lo encontramos ya instalado, como Pedro por su casa.
Tierno aún, amoroso y confianzudo, llegó para integrarse: ningún dueño vino a reclamarlo, así que a los pocos días fue bautizado con el nombre de “Ñaupa”.
No tardó en engordar y se pasaba el día desansando, de oficina en oficina, de habitación en habitación, participando en las reuniones, puntual a la hora del cafecito o las comidas en comunidad.
Pero también leía (o eso nos hizo creer): viviendo entre libros, suponemos, no tenía alternativa.
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