Del mundo occidental y las muchas regiones colonizadas
por este sistema, llegan voces que hablan de los llamados “territorios de
sacrifico” o espacios convertidos en depósitos de residuos contaminantes en
lugares donde habitan pueblos ancestrales –que por estar retirados de los
barrios y sectores poderosos y por tener una histórica desprotección por las
leyes y el estado–, son víctimas del envenenamiento del agua, la tierra, los
cultivos y la atmósfera. Noticias cargadas de hollín urbano, acumulación de
basuras, especies extintas, árboles talados, frutos y alimentos malogrados por
las lluvias ácidas, derrames de petróleo, fumigación con glifosato, plagas,
sequía; por la inconsciencia y la codicia de los poderosos, por la desidia y la
ceguera de los pueblos…
Estamos claros de que occidente llega hasta el mundo
andino de muchas maneras: empresas extractivas y muchas otras que contaminan el
agua, matan la vida y el vigor de las tierras y de sus habitantes. También, por
la extensión (vía sistema educativo, medios masivos de comunicación y redes
sociales, entre otros) de un modo de vida hecho de maraña modernizante:
depredadora de la tierra, explotadora y portadora del exterminio histórico de
la conexión con la naturaleza.
Por fortuna el mundo andino aún tiene muchas lecciones
planetarias que dar pues:
En el campo
cajamarquino persisten construcciones equilibradas con la naturaleza que
utilizan materiales propios de la región, acordes con las condiciones
ambientales y climáticas.
Muchas de
nuestras comunidades criadoras de los Andes, no entran en el devastador círculo
del consumismo: comprar, usar, botar.
No usan bolsas
plásticas pues tienen sus alforjas, pullos, quipes y guayacas.
En sus chacras
cultivan y hermanan las plantitas que son el alimento diario en sus mesas.
Perviven los ollucos,
las ocas, el camote, el maíz, la papa, la cebada, la quinua, la kiwicha, las
habas, entre muchos otros alimentos andinos.
Crían sus
animalitos.
Cuidan y
veneran sus puquios (ojos de agua)
Reverencian y
leen sus montañas sagradas.
Los Andes suramericanos
saben de la vida y la alegría que tiene el mundo agrícola, sencillo y potente,
capaz de decir y de anunciar que hay muchos caminos para andar y desandar; que
siempre la solidaridad nos da más, que estar juntos será mejor que aclamar la
individualidad, que la premisa es cuidar nuestra tierra, vivir en comunión y en
conexión con todos los seres que habitan todos
los mundos.
Nathalia Quintero
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