septiembre 25, 2020

En el blog de San José III

                El camino de la Red
de Bibliotecas Rurales de Cajamarca
Tuve la fortuna de vivir en Zaña durante algunos años. Y en esa fortuna la bendición de hacer una amistad entrañable con quienes –desde la iglesia latinoamericana–, habían comprometido su vida con este continente de la esperanza.
Mucha cárcel amenazaba, mucha liberación se exigía; mucha dictadura se imponía, mucho sueño se cultivaba; mucho silencio campeaba, mucha protesta emergía; mucha desesperanza anochecía, mucha fe nos amanecía.
Eran los años 70 y yo era poco más que un niño al que apenas se le iban asomando las pelusas de la barba. Y ese tiempo fue un almácigo de lecturas, reflexiones, celebraciones, cantares, junturas y andaduras con otros jóvenes un poco más jóvenes: Gerardo Prince, Mabel St. Louis, Pancho Murphy, Wendy Cotter y otros tantos a quienes soñar los mantenía despiertos.
Ese sembrío multiplicaba los vínculos, las correspondencias y las uniones. La comunidad a la que se aspiraba, a la vez se vivía y se entrelazaba. Así conocí al R.P. Juan Medcalf, con quien me enyunté en la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca. A finales de 1980 vine acá; un año después P. Juan regresó a su tierra y entonces supe que era aún más grande la tarea que me tocaba.
Porque los sueños de aquel vivero entrañable nunca se fueron; porque la realidad sigue siendo un desafío; porque los pobres siguen clamando al cielo; porque la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la comunidad, es una causa amada, alegre, intensa y justa.
Así como las plantas necesitan agua y los sembrados abono, la mente necesita nutrirse de saberes, arraigarse de recuerdos y florecerse de mañanas. Para eso los libros son una herramienta portentosa, y las lecturas colectivas una forma de organizarnos y de liberarnos.
Alfredo Mires Ortiz

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