El trabajo escolar con niños pequeños requiere siempre contar con algunos recursos que nos permitan captar su atención e interés, más aún, en el entorno virtual que es mucho más cansado, agotador y distante.
En lo personal, me gusta leerles o contarles cuentos antes de empezar mis actividades diarias, también decir adivinanzas, aprender rimas, entre otros. Para sorpresa mía, el sistema a distancia me impide realizar estas actividades con la naturalidad y el ánimo con que lo hago cuando estoy frente a ellos. Y es que no es lo mismo leer o contar un cuento paseándome entre las mesas, donde los niños escuchan atentos, cambiando el tono de mi voz, moviendo mis brazos, fingiendo una carrera, un salto –gritando juntos, incluso, si es necesario–, que hacerlo a través de una diminuta pantalla donde apenas vemos cabezas. Esta situación la estamos viviendo desde el año pasado, por ello se siente más cada día; no es algo a lo que “el cuerpo se acostumbre”, como decimos.
Es peor, incluso, porque no tenemos la suficiente confianza con el familiar que acompaña al niño en casa; son pocas las familias que lo hacen en silencio, solo es-cuchando para estar atentos a los materiales que necesiten o las tareas en las que requieran ayuda. En muchos casos, y esto se ve cada vez más, el acompañante suele intervenir, llamar la atención del niño, hacer comentarios innecesarios, o burlas.
Alguna vez me llamó la mamá de un niño para decirme que evite cuentos tristes porque su hijo no los soporta, que a todos les ponga un final feliz para evitar que los niños se sientan mal, para no herirles. En más de treinta años de servicio, jamás había escuchado algo semejante. En un inicio pensé que, quizá, esta madre de familia lo hacía porque nos encontramos en una tensión permanente debido a la pandemia, pero no, la señora me explicó que ella jamás cuenta cosas tristes a su hijo, desde que nació, me dijo, incluso, que se ha visto obligada a cambiar la trama y el final de muchos cuentos clásicos para evitar que su hijo escuche palabras tristes.
Es de imaginarse, entonces, la frustración que siento ahora, al no poder ser todo lo espontánea que quisiera. El no poder explicar a los niños, aprovechando algún cuento, que hay personas que sufren, que existe la muerte, el dolor, la pelea, la envidia. Que el mundo no es un lugar completamente feliz. Que los cuentos son fantasía, imaginación, pero también están muy cercanos a la vida real. Que sirven para explicar lo que sucede en la mente y el corazón de las personas.
Desde hace algunas semanas, me dedico más a leer adivinanzas, rimas y chistes para niños. Hasta encontrar el modo de superar estas frustraciones.
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