agosto 16, 2024

La mesa bonita

Yo quiero hablar de una mesa bonita
donde todo ocupaba
el lugar de la abundancia,
la abundancia de corazón
y de frutos y hojas
y raíces de la tierra.
Una mesa donde todo era ofrenda
humana.
Ofrendamos a los dioses pequeños
que eran las manos de doña Dona,
la risa de Nerly y Salomé
y la generosa conversa de don Sergio.
Ofrendamos 
a los dioses de todos nosotros
que se apersonan 
cuando agradecemos.

Javier Naranjo
El Carmen del Viboral, Colombia

Arreglando la casa

Cuando hacíamos algún arreglo en nuestro local central, construido en minga, nos fijábamos en las necesidades que surgían y veíamos cómo mejorar para sentirnos más a gusto. Alfredo proponía, dibujaba, sacaba medidas. Los demás opinábamos. Los maestros en construcción decían si era o no posible y planteaban mejoras para optimizar espacios, ahorrar en materiales, entre otros detalles.
Pasado un tiempo, nos dimos cuenta de que, pese a todos nuestros esfuerzos, algunos espacios tenían que ser mejorados o corregidos, por ejemplo: reducir la altura de los pasos en algunas escaleras, facilitar el ingreso hasta el comedor pensando si alguien necesita usar una silla de ruedas… Y es que, hasta no sentirlo en nosotros mismos, no vemos la necesidad. Si ya tenemos un padre anciano que debe ser transportado en silla de ruedas, si nuestro hermano sufrió un accidente y se ve forzado a utilizar bastones, si tenemos alguna dificultad en las rodillas, entonces las cosas cambian. Ponerse en el lugar del otro, para nosotros siempre será importante.
Reconocemos el apoyo de nuestra compañera voluntaria Nathalie Estrada, por el rediseño de estos espacios y por las coordinaciones que realizó con el maestro constructor.
Muchas gracias, también, a nuestras compañeras del equipo central por estar pendientes y atentas a las necesidades de nuestro local.

Caminatas que fortalecen

El día de ayer 28 de julio, un día de mucho significado para los peruanos, el jovencito Ben Heery, hijo de Dan Heery ha emprendido una caminata de 86 kilómetros. En tan solo cuatro días recorrerá el Macizo Central de Francia, con la firme determinación de recaudar fondos para la Red de Bibliotecas Rurales.
Ben sigue el rumbo a pesar de su corta edad y de las dificultades. Salió acompañado de su amigo Alasdair, tendrá que acampar, preparar o buscar comida en el camino y seguramente seguir enfrentando nuevos desafíos. 
Nuestro reconocimiento, querido Ben, por todo el esfuerzo y compromiso con la propuesta de la Red. Nuestros mejores deseos en este caminar: tu gesto nos conmueve y motiva para continuar en estos andares, revalorando la cultura y promocionando la lectura.

El café y el agua sucia

Viví en Zaña, en la costa norte del Perú, entre los siete y los dieciocho años de edad. Y en ese entonces no había casa que no tuviera un corral ni corral que no tuviera un chancho.
Engreído, el chancho era el sanctasanctórum de la culinaria zañera. Uno podía morir de espanto si en medio de sus frejoles batidos no asomaba un pedazo de pellejo de cerdo.
No voy a detallar la alimentación del propio chancho, porque se escandalizarían los higienistas, pero una expresión fundamental de su dieta era lo que se llamaba “agua sucia”: cáscaras, restos de comida o de refrescos, afrechos y sobrantes, enjuagues y migajas, masticados inconclusos y gualdrapos constituían el almíbar con que el puerco daba rienda suelta a sus apetitos más caros.
Tuve que acordarme de esto estando en Etiopía. Y es que el café, que aprecio con franco entusiasmo, es originario de Keffa.
El café ha revolucionado las mesas, los paladares y las charlas de unos y otros en los más insospechados rincones o países del mundo.
Después de haber tomado café en Etiopía, comprendí que el que había tomado en otros lares, sobre todo el enlatado, no había sido café: había sido sólo agua sucia.
Alfredo Mires Ortiz
En: La bibliotecología y el mal ladrón
Etiopía, mayo 2001


Creo necesario mencionar que Alfredo recuperó su fe y el encanto por el café peruano desde que conoció a los productores de café de San Juan de Cutervo, en Cajamarca. Y quiero agradecer especialmente a don Aníbal Segura y al profesor Jorge Carrasco, bibliotecarios y cafetaleros de la comunidad de San Juan, que enriquecieron la vida de Alfredo hasta el final regalándole café de sus chacras. Hasta ahora recibimos este precioso regalo y cada vez que tostamos café en la casa asoma no sólo el rostro de Aníbal y Jorge, sino también la sonrisa de Alfredo.
Gracias amigos y compañeros.
Rita Mocker

agosto 02, 2024

Ausencias IV

Cuando estoy
en las montañas
el mar existe
y está conmigo.

Alfredo Mires
En: Como acostarse indeciso y despertar a arriesgarse

En la casa del colibrí

Después de muchos años, finalmente pude venir aquí por unas semanas: a Cajamarca, al maravilloso proyecto de Bibliotecas Rurales. Y se siente un poco como siempre y al mismo tiempo completamente diferente. Las calles, los sonidos, los olores, el cielo azul, el sol andino y los queridos amigos - un hogar.
Luego, la sede de Bibliotecas Rurales: las numerosas estanterías y vitrinas con los libros de su propia editorial, las oficinas de los voluntarios, la crujiente escalera de madera que conduce a las salas comunes. Cada paso cuenta una historia.
Uno de los lugares más importantes del proyecto es el Hatun Wasi, la sala mayor, para todas las reuniones y encuentros. Ahí es donde voy primero, porque siento el cambio muy fuerte: Alfredo hace mucha falta y, sin embargo, está ahí. Me paro frente al "altar" diseñado con mucho cariño que ahora no solo alberga la urna de Juan, sino también la de Alfredo. Detrás de mí, en la pared opuesta, hay una foto grande de él, al lado de la foto más antigua de Juan. Ahí están los dos fundadores, amigos, apus de Bibliotecas Rurales, mirándonos con una sonrisa. Me paro frente a ellos y los saludo. La pérdida pesa, pesa y duele muchísimo. Estoy llorando. Pero de pronto escucho algo familiar y miro hacia afuera: el chasquido y zumbido de los colibríes. Todavía están ahí: reconfortantes, calmantes, fascinantes y de una belleza única. Caminan entre mundos y tiempos. El zumbido de sus alas significa resurgimiento, confianza, coraje, futuro, y siento claramente que, después de la grave pérdida, los primeros pasos hacia este futuro en el proyecto ya se han dado. De las otras capas del dolor se encargará la vida, poco a poco. Juntos, en comunidad. Tal como se ve escrito en esta sala: En tiempos oscuros nos ayudan quienes han sabido andar en la noche.
¡Gracias por poder estar aquí, nuevamente, con ustedes!
Kyra Grewe

Danza

Mara Mires nació en el corazón de la Red, entre libros y lecturas, asambleas, mingas y bibliotecarios. Desde muy pequeña nos acompañó en las salidas al campo y, aún sin poder hablar y caminar bien, nos acompañaba cuando visitábamos a los niños con capacidades proyectables. Más grande, Mara aprendió a jugar con estos niños, hacerles algún ejercicio de terapia o buscar el remedio homeopático que le indicamos. En los encuentros de Bibliotecas nos enseñó a hacer origami y ayudaba a grabar los testimonios durante los rescates de la tradición oral. Actualmente, Mara es responsable de nuestras redes sociales.
Pero Mara no es solo eso. Ella empezó a practicar ballet desde los siete años; luego aprendió a bailar tap y, en estos momentos, lleva una licenciatura en danza en la Universidad de Antioquia, en Medellín.
Muy pocas veces podemos ver danzar a Mara, por la distancia. Nos impactó mucho su presentación de danza contemporánea en un evento de la Academia de Ballet “Coppèlia”, en la Plazuela San Pedro en Cajamarca en estos días.
Felicitaciones, querida Mara.


Danza, baila, ronda,
florea, zapatea, gira, menea,
salta, piruetea, juega,
retoza, festeja.

Alfredo Mires Ortiz
En: La ensoñación del Ñaupa


En Masintranca

Después de tres días de intensas y emotivas interacciones en la Asamblea de Bibliotecas, en la ciudad de Cajamarca, llegamos a la población de Masintranca, donde don Sergio y doña Donatila coordinan y desarrollan programas bibliotecarios; por otros tres días, ellos dos, junto con su hija Nerly, fueron los más amorosos anfitriones y guías, como hermanos mayores, que enseñan a caminar, a ver y a escuchar. Desde su acogedora casa intentamos acercarnos a su hacer, entender cómo perseveran los comuneros en que las bibliotecas rurales sigan siendo faro y lugar de encuentro y pensamiento para las comunidades, en que la palabra los una y les ayude a crecer juntos.
Uno de nuestros objetivos -de Javier y yo- era, a través del encuentro con las y los estudiantes de secundaria de la I.E. Cristo Rey de Masintranca, conocer un poco el mundo que viven y construyen estos muchachos y muchachas; sus anhelos, su forma de ver y participar en su comunidad, en fin, ese yo que cada uno pone en juego al ser parte de una familia, de un pueblo. El comprensible silencio de ellos y ellas, así como sus profesores (con quienes también hicimos un taller), ante este par de personajes extraños que aparecen de repente a preguntar cosas, se volvió comunión en la palabra escrita, en las emociones que de un modo u otro experimentamos todos, pero que a veces no nombramos.  A partir de un ejercicio de escritura, que básicamente consiste en responder algunas preguntas de carácter existencial, lo que se propone es una puesta en común de lo que convocan y provocan esas respuestas; ver que, finalmente, no somos tan diferentes, nos dolemos y nos alegramos y soñamos de modos similares, aunque cueste mucho hablar de eso. 
Así llegaron sus reflexiones, propias de jóvenes de entre trece y diecisiete años, gracias a la escritura, pero especialmente gracias a su disposición para escucharse a sí mismos y contarse cosas que posiblemente no se pregunten en el día a día. Y gracias también a su confianza en nosotros (y en que seremos respetuosos guardianes de sus asuntos), ya que, valga decir, también nos confiamos a ellos con parte de nuestras propias historias. Queda un valioso montoncito de hojas donde ellas y ellos son lo que son y también lo que sueñan, donde lloran pérdidas y soledades, desconfianzas y desigualdades, pero también donde celebran y se alegran con la grandiosidad de lo pequeño. Creemos, como dice una de las jóvenes, que, aunque no queramos recordar y hablar de ciertas cosas, hacerlo nos “ayudará a construir un futuro mejor”. De aquí que otra de las chicas dijera: {me siento} “de manera bacán, porque nos permitió hablar sobre un poco de nuestra vida, como fuimos viviendo”.
Nos dieron invaluables regalos: los jóvenes estudiantes, la posibilidad de asomarnos, desde sus miradas, al presente de este hermoso territorio; nuestros amables anfitriones, incluida la pequeñita y bella Salomé, la generosidad infinita de la hospitalidad que junta corazones. A todos, nuestra gratitud y sincero deseo de volver a encontrarnos.

Orlanda Agudelo Mejía
El Carmen del Viboral, Colombia