Cuando mi abuelo estaba cerca de cumplir los 94 años, los pájaros de su memoria decidieron abandonarlo. A todas nos sorprendió que un día, sin previo aviso, se fueran como espantados por la certeza de la cercanía de la muerte. Solo reconoció a mi padre unas cuantas veces más y luego, durante el tiempo que todavía vivió, los pájaros caprichosos de la memoria volvieron a él pero solo traían pasado. No hubo más espacio para el presente.
La memoria vieja que le traía personajes ya muertos, historias pasadas, era un cofre del que fueron saliendo los secretos que las contingencias del presente habían mantenido a raya. Sus palabras, vivas y sentidas en un tiempo que para nosotras, las que lo acompañábamos, ya no existía, nos dibujaban historias, secretos. Nos permitieron armar los rompecabezas del país y de nuestra familia. Cuando hablaba con él, se me antojaba que los pájaros volubles de su memoria me traían pistas de atrás, solo para inquietarme más, para no darme paz. Con su mano gastada entre mis manos, con su voz apenas audible en ciertos momentos, fui descubriendo que la memoria no era sólo el vínculo que unía el pasado con el presente, sino que solo la memoria hacía posible este estar aquí y ahora. Cada saludo, cada abrazo terminaba siempre en la pregunta de: ¿quién es usted? Y el dolor manso de saber que no se existía en su presente, me llevaba a decir otra vez: soy yo, su nieta. Y otra vez a contar toda mi historia, tan corta en comparación con la suya, tan ligada a la de él, tan desprendida de él, pero tan ajena a sus últimos días.
Los pájaros de la memoria no solo deciden abandonar personas, también abandonan pueblos, regiones, países enteros. Y como quienes hacemos los pueblos, los países, las regiones, somos gente de carne y hueso, también nos sentimos desolados y buscamos contar nuestra historia cortita, para que nos reconozcan, para que sepan que aquí estamos, que existimos. Pero nuestra propia historia es corta en comparación con la historia de quienes nos engendraron; y existimos porque ellos existieron. Y por si fuera poco, caminamos por estos rumbos con estos hermosos pies, pero con tantos fardos encima y sin aquel bastón, porque sus manos así lo fueron determinando.
Somos un tejido de muchos hilos. Algunos ásperos, otros suaves; estos coloridos, aquellos oscuros; en nuestros hilos se van juntando los ecos de las risas y los llantos de otros tiempos. La memoria nos permite hilar con amor, con serenidad, el material que recibimos sin tener opción. Hilamos para tener en nuestro presente, un tejido fuerte, con buenos y lindos diseños. Pero sin memoria, no sólo que no podemos tener el tiempo como urdimbre, fuerte y continuo, sino que terminamos sin existir de veras en el presente. Con retazos de tiempo, que son retazos de historia, nos toca repetir constantemente, nuestra duda de quién mismo somos, de dónde mismo venimos.
El tiempo para contar es tiempo para ir armando la memoria. Contar y oír, recoger y escribir, escribir y leer, no pueden existir independientemente, cómo si existiesen como un acto de voluntad individual. Estamos todas involucradas en la tarea, para reconocernos aquí, ahora, más allá, como parte de esta historia de la humanidad.
Cuarenta años de regalar cariñosamente el tiempo para contar y oír, para recoger y escribir, es fiesta grande para todas, para esta humanidad que tanto necesita saber de dónde mismo viene, y por qué camina estos rumbos. Gracias a las Bibliotecas Rurales de Cajamarca, que nos ha regalado la posibilidad a tantas, dentro y fuera del Perú, la alegría de reencontrarnos.
Gabriela Bernal
Quito, Ecuador
marzo 30, 2011
Los pájaros de la memoria
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Red Bibliotecas Rurales
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10:34
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