Diciendo adiós duele, es cierto. Sin embargo, optamos por sentir este dolor, o la posibilidad de sentirlo, cuando elegimos hacer conexiones genuinas, cuando construimos nuestras familias, cuando abrimos nuestros corazones. Y la felicidad que obtenemos de estas conexiones, el enriquecimiento de nuestras almas, es lo que ganamos por asumir el riesgo.
Tener familias que abarcan la tierra significa que no importa donde estás: siempre falta alguien. Pero sabiendo que, aunque lejos, están presentes; que aunque su camino a veces se aparta del tuyo, todavía caminan a tu lado: se restringe la distancia al reino físico.
Los momentos de separación también sirven para relexionar y expresar gratitud. Al salir de Cajamarca mi gratitud se dirige a mi familia cajamarquina, por invitarme a ser aparte de la suya. Gracias al movimiento de las Bibliotecas Rurales por abrirme el círculo y darme la bienvenida. Gracias por sus enseñanzas, por mostrarme que la resistencia a lo que no queremos debe ser precedida y constantemente acompañada por la creación y protección de la vida que deseamos: vivir nuestra realidad deseada con dignidad y presencia.
Gracias por enseñarme el valor de (re)conectar con nuestros antepasados y, a través de su sabiduría, con la Tierra y el Cosmos. Por enseñarme la esencia de la comunidad y cómo nutrirla.
Gracias por todas estas enseñanzas y mucho más, pero sobre todo por enseñar con el ejemplo, por iluminar el camino.
No es más que un hasta luego, y que el luego sea pronto.
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