En una casa vivían
una viuda y sus hijitos
y solo Dios sabe cómo
sufrían los pobrecitos.
una viuda y sus hijitos
y solo Dios sabe cómo
sufrían los pobrecitos.
Un día llegó un viejito
todo rotoso y hambriento
“Tal vez tuviera pa mi hambre
Un poco de su alimento”:
“Nada tengo –le dijo ella–
aunque una gallina queda:
ahorita se la preparo
y haré todo lo que pueda”.
El viejito agradecido
le dijo que al prepararla
no bote las plumitas
sino que vaya a enterrarlas.
Después de comer le dijo
en tono de despedida
“Dios te ha de ayudar, hijita,
Por ser tan compadecida”.
Al otro día a montones
los gallos amanecieron:
las plumas que había enterrao
en aves se convirtieron.
Por la mañana, te digo,
montón de gallos cantaron:
las plumas que había enterrao
en aves se transformaron.
Desde entonces la familia
más hambre ya no pasaba:
seguro que fue Diosito
que esos tiempos andaba.
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