febrero 03, 2024

Somos aún: primera parte

Desde hace al menos 2000 años, un personaje se reproduce constantemente en la cerámica cajamarquina. Las callanas o trozos desperdigados en las huacas o santuarios de las montañas dan cuenta de esta presencia.
El personaje esboza una sonrisa –unas veces con dientes, otras sin ellos–, tiene la cabeza ovalada y goza de diversas proporciones y formas: con pelo –hacia arriba o hacia abajo– o sin él; con orejas cortas o largas o sin ellas; con ojos de punto, círculo o doble círculo; con volutas o penachos o sin ellos.
En el mundo andino no existe el individuo, la persona aislada: la palabra suq que nomina al uno es la misma que refiere al otro. Uno es otro. Quizá así se explica esta otra característica del personaje: por lo general tiene a otro similar dentro de sí, como si fuera su interior o su centro. Esto se ratifica en el hecho que cuando no está con los brazos en alto, está entrelazado además con otros.
Pero el personaje no sólo está en la cerámica. En el arte rupestre –la manifestación más remota de la cultura– también se halla presente, lo que demostraría su continuidad. En los farallones del Apu Yamalán –cuyas huellas podrían tener no menos de ocho mil años– hemos encontrado una imagen similar, de gran tamaño, pintada en color rojo.
Alfredo Mires
en: El Ñaupa
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