septiembre 01, 2024

Todavía intento entender...

Asistir de primera mano, o de cuerpo presente, a lo que es Bibliotecas Rurales, fue como recibir amorosamente una guía de lectura de las manos de las y los comuneros.
Primero de quienes se encuentran una o dos veces en el año en su Asamblea, y luego en la hermosa localidad de Masintranca, gracias a don Sergio, a doña Dona y a su hija Nerly. Con su compañía paciente y generosa fui recorriendo esa “guía”; no en papeles ni en aulas de clase, sino a través de conversaciones cotidianas, en comidas alrededor de las mesas más “ricas” que he podido ver, o en gestos y silencios cargados de enorme sentido.
Las ilustraciones de esta especie de primera cartilla fueron los colores de la ciudad, del cielo, de los cultivos, los tonos de voces, el cantadito de lenguajes combinados alrededor de algo grande que intento entender con el cuerpo, más que con las ideas; historias de migraciones, de pérdidas y de logros, de esperanzas y de tareas enormes por hacer, por repensar.
Ese “algo grande” que todavía intento entender es como sus cerros tutelares, sus apus, firmes y fuertes en su historia, pero aún en movimiento, en crecimiento permanente; un algo que remueve mis propias raíces -como debe ser, creo yo-: la pertinencia (y pertenencia) de las palabras, la conciencia de lo infinito que hay en cada uno, las soledades y las luchas que nos hermanan.
Es curioso que se llame “voluntariado” (que generalmente asociamos con “dar” de una manera vertical, con cierta generosidad paternalista) a un hacer que de ninguna manera es individual ni en un solo sentido. Mi encuentro particular con las y los comuneros (bibliotecarios, coordinadores, profesores, estudiantes y hasta otros voluntarios), agrandó, enriqueció, mi propio cuaderno de preguntas, esa imaginaria libreta de apuntes que se lleva y se llena en la cabeza, a lo largo de la vida, no solo para entender a otros, sino para entenderse y conocerse a sí mismo. ¿Por qué es importante que a cada uno se le reconozca su esfuerzo por estar y ser en el mundo? ¿Por qué las palabras son un don tan preciado y a la vez tan complejo y escaso en ciertos momentos? ¿Cuál fue esa palabra que, sin darnos cuenta, cambió el rumbo de la relación con alguien que nos importa? ¿Qué es eso de mí que, sin presentirlo siquiera, fui a buscar en otras tierras? ¿Qué hallé que no estuviera ya dentro de mí? ¿Por qué necesitaba encontrarme con alguien, escuchar a alguien, contarle a alguien, quizás un alguien a quien, posiblemente, no veré nunca más?
Todo esto y más (además de la tierrita del Qayaqpuma en mis zapatos, hallada con emoción al desempacar, como si, sin querer queriendo, hubiera robado algo invaluable), todo eso, me fue dado en Masintranca y en Cajamarca, con acciones y palabras, e incluso con expresiones en rostros que tienen nombres e historias. Como la mía. Como las de todos.
Orlanda Agudelo Mejía
desde El Carmen del Viboral, Colombia

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