Hace unos días visité la comunidad de Huarrago, en la provincia de Cutervo, para visitar a los niños que acompaña el Programa Comunitario de niños con capacidades proyectables en este lugar.
En Huarrago atendemos a dos niñas, Aldana y Fiorela, con parálisis cerebral infantil. Ellas pueden asistir a la escuela inclusiva de la comunidad gracias a la ayuda solidarios de amigos en Alemania, quienes asumen los gastos para una persona que asiste a las niñas para ir al baño o al comedor y llegar luego a su casa.
Ambas niñas, con mucho esfuerzo y la constante y esmerada dedicación de sus padres, han aprendido a caminar con andadores, bastones o el apoyo de una persona.
Fiorela, en la escuela, aprende rápido, y esta vez me dijo que quería leer algo para mí. El texto que ella había escogido para esta lectura me conmovió mucho: yo lo había escrito en el año 2007 para la presentación de la primera edición de Los ojos de Gabi, de Alfredo Mires. El texto cuenta una experiencia que viví de niña con mi papá. Cuando lo leyó Fiorela, la incontenible emoción no era para menos.
Aquí comparto este texto con ustedes:
Era un domingo de verano, uno de estos días para gozar del sol. Yo tenía seis o siete años y con una prima, mi papá y unos amigos, nos fuimos de paseo.
Ya habíamos jugado en el riachuelo, habíamos comido el refrigerio que nos había empacado mi madre y también habíamos compartido risas, conversaciones y anécdotas. Todos estábamos contentos y cansados; era hora de regresar a casa.
Mi prima y yo éramos las más pequeñas y aún nos quedaban fuerzas para seguir saltando y jugando un rato, así que tomamos a mi papá, cada una de una mano, y empezamos a correr ladera abajo. No era un lugar plano, había hoyos, piedras y arbustos como en cualquier lugar del campo. Corrimos a prisa, jalando a mi padre que corría con nosotras… y llegamos a la parte más baja con la cara enrojecida y el corazón contento.
Ya en casa, emocionadas, le contamos a mi mamá lo mucho que habíamos gozado este día y en especial este momento de correr con mi papá en esa pendiente. Hasta ahora puedo recordar el asombro y la preocupación en la cara de mi madre: mi papá era ciego.
Rita Mocker
Responsable del Programa Comunitario
Responsable del Programa Comunitario
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