septiembre 15, 2024

La jalca

En la jalca hace frío
y hay más distancia
entre casa y casa
y su calorcito.
En la jalca el pelo se inquieta por el viento
y entre los matorrales ralos nos escondemos,
porque orinar cuesta más.
Y luego en el aire helado
comemos de pie,
sintiendo la gracia del alimento.

Javier Naranjo
El Carmen del Viboral, Colombia

Bálsamo para el alma

En estos meses estoy saliendo mucho para visitar a los niños con discapacidad del Programa Comunitario. Antes de llegar a una casa siempre siento cierta preocupación. ¿Estarán bien estos muchachos? ¿Habrán mejorado alguito? ¿Han podido desayunar esta mañana?, son algunas de las preguntas que pasan por mi cabeza.
La mayoría de los niños que acompañamos viven en situaciones de extrema pobreza y en estos meses se les agudiza el desasosiego por la falta de agua que se siente en todo el campo de Cajamarca. Veo los incendios que destruyen los pocos bosques que quedan y veo a las mujeres cargar sus bidones y baldes de agua desde temprano y desde muy lejos. Veo las chacras produciendo cada vez menos y veo a las empresas mineras “comiéndose” cada vez más tierras fértiles en la jalca…
La preocupación no es vana, es omnipresente.
Sin embargo, cuando llego a la casa de las familias que visitamos y este niño con capacidades proyectables corre para recibirnos con un inmenso y eterno abrazo, siento que sí estamos haciendo algún bien. Siento que nuestros esfuerzos conjuntos sirven para aliviar penas, para hacer andar -en el sentido amplio de la palabra- a estos niños por el camino que el universo ha trazado para cada uno. Y, de pronto, soy yo la que siente alivio, esperanza, una luz en estos andares. Porque estos niños, estas familias y esta comunidad son bálsamo para el alma. No puedo vivir sin ellos.
Rita Mocker

Manuela y los duendes

Manuela Vásquez Gonzales es la responsable de una Biblioteca Rural en Institución Educativa (BRIE) de la escuela Nº 82663, de Bambamarca. Manuela es profesora de segundo grado y está poniendo énfasis en acercar los libros y la lectura a sus pequeños estudiantes de ocho años.
En estos momentos están leyendo la colección de los veinte fascículos de cuentos Biblioteca Campesina …y otros cuentos, publicada por la Red. Los niños llevan, por una semana, un fascículo a su casa, lo leen y después lo comparten en aula. Luego intercambian los fascículos con otros compañeros. Esta semana, en clase, compartieron sus comentarios sobre los duendes de nuestros cuentos y de lo que saben ellos mismos de los duendes.
Manuela nos escribe:
Compartir día a día con los niños es llenar de alegría, satisfacción y riqueza la sabiduría transmitida por sus padres y abuelos, un legado que no podemos dejar seguir rescatando para mantener viva nuestra cultura, así como lo hemos aprendido de nuestro amigo Alfredo Mires.
Gracias, Manuela, por tus bondadosas palabras y por compartir estas experiencias con nosotros.

Las dulces páginas del café

El café es, hoy en día, una de las bebidas más populares en el mundo. Su aroma, sabor y la embriagante energía que provee lo han convertido en compañero en el día a día. El mundo entero quiere café; por las mañanas millones de personas lo beben para comenzar su día, y, sin embargo, pocos reparan en imaginar de dónde viene el grano moreno y cuánto tuvo que atravesar para llegar a su mesa. Una cara poco conocida del comercio del café (y de casi todo producto agrícola) es el desequilibrio en la cadena de valor, donde el agricultor es el que menos gana, generando lo que llamamos comercio injusto o explotación.
Hoy les voy contar una historia distinta, tal vez feliz, sobre el café y un pueblo mágico llamado San Juan de Cutervo en Cajamarca, Perú. 
Por encargo de la fundación Sarah’s Rural Library Fund, y en colaboración con la Red de Bibliotecas Rurales, visité este pequeño, hermoso y remoto pueblo. Con los bibliotecarios rurales de la zona pude conocer su sistema de producción de café y la dinámica del pueblo en torno a su principal fuente de ingresos.
Me contó don Aníbal que, a sus 77 años, vive solo y administra su finca de café y los libros de la Red de Bibliotecas Rurales. El cultivo del café no lo ha convertido en rico, pero puede vivir tranquilo y, además, tener tiempo de compartir los saberes de los libros. Aníbal dice que es común que los estudiantes del colegio San Juan lo visiten para solicitar ayuda en sus tareas y libros.
Don Jorge Carrasco, profesor de la escuela local, es también productor de café y bibliotecario, nos comenta que el ecosistema de la zona ha acogido con bien al café, que se da con buena calidad, con aromas y sabores exaltados.
Según expertos baristas es un café muy bueno y que, además, califica de orgánico, ya que el uso de sustancias químicas en el proceso es casi inexistente. En concreto, el origen de este preciado grano se puede considerar feliz en San Juan de Cutervo.
Y así, entre libros y café, estos bibliotecarios y agricultores comparten la sabiduría que los antiguos cajamarquinos contaban, sentados alrededor del fogón.
Jorge Camacho

septiembre 01, 2024

El dueño del mundo

Un hombre subió a la cima de una montaña y pensó:
― Estando aquí arriba, me siento dueño del mundo.
Y la montaña le dijo al viento:
― Hermano, siento algo raro en la espalda… ¿podrías ver qué tengo?

Alfredo Mires
En: El duende del laberinto

Aventurarnos por nuevos caminos

A principios de agosto nos encontramos con los coordinadores del Programa Comunitario y sus hijos para un encuentro muy especial: queríamos saber qué recuerdan, aprendieron, piensan, sienten y sueñan estos jóvenes que son la segunda o tercera generación de “bibliotecarios” y “acompañantes de los niños del Programa Comunitario” de nuestra organización y nuestra trayectoria.
Fue un reencuentro muy emotivo donde vivimos con alegría en comunidad. Meditamos, con todos nuestros sentidos, sobre cómo ha influido el ser miembro de esta red en nuestras vidas. Recordamos los libros de la Red y formamos un gran mandala con ellos. Escribimos lo que más nos impactó en todos estos años de convivencia y, al final, anotamos también los sueños y aportes que queremos ofrecer a la Red.
Aquí compartimos algunos sueños con ustedes:
“Me sentiría muy feliz si me dieran la oportunidad de dibujar y pintar para el Programa Comunitario.”
“Sueño con que mis hijos en algún momento participen del Programa Comunitario y de la Red de Bibliotecas Rurales.”
“Quiero volver a leer algunos libros de la Red y leer los nuevos libros que se han publicado en los últimos años.”
“Me gustaría aportar horas de trabajo voluntario para lo que necesitan en la Red.”
“Quiero abrir una biblioteca en mi casa, en las escuelas donde tengo niños del Programa Comunitario y en el Centro de Salud donde trabajo.”
“Quiero seguir ofreciendo mi tiempo, mis experiencias y mis conocimientos de forma voluntaria a la Red.”
“Mi sueño con y para Bibliotecas es que se permita transformarse, transmutar y trascender. Que nunca perdamos nuestra esencia ni el rumbo, pero que estemos dispuestos a aventurarnos por nuevos caminos.”

¡Día del lector!

 Hace unos días, se celebró en nuestro país, el Día del lector. Al margen del motivo y del merecimiento, esta fecha tiene la intención de promover la lectura como una actividad esencial y urgente para el desarrollo cultural y personal. Y, ciertamente, algunas instituciones organizan diversas actividades para hacer visible esta fecha.
A nosotros nos resulta extraño destinar sólo un día para celebrar la tenacidad de quienes se atreven a ser diferentes, a internarse en muchos mundos a la vez, a escarbar en las páginas de un libro para descubrir algo interesante o, simplemente, para entretenerse. Esto es bueno, pero en la Red de Bibliotecas Rurales concebimos la lectura como un ejercicio permanente, que va más allá de cualquier formato.
Leemos libros, sí. Y también leemos el tiempo, los gestos y las arrugas en el rostro de los ancianos, las manos y los pies del campesino que labran la tierrita para darnos los frutos de cada día. Decía Alfredo Mires que el libro más antiguo es la tierra; ciertamente es ahí donde hacemos nuestras primeras lecturas, desde mucho antes de empezar a leer con letras y símbolos.
Además, si de promover la lectura en libros se trata, no podemos hacerlo solo un día, porque los lectores de nuestra Red leen siempre. Y no lo hacen para la fotografía -aunque nos guste tomarles algunas instantáneas, de cuando en cuando-. No lo hacen para un concurso, aunque nos encante incentivar a nuestros mejores lectores regalándoles más libros. Nuestros lectores y nuestros bibliotecarios que motivan a la lectura lo hacen con espontaneidad, con aprecio real por los libros y por quienes los escriben.
Saludamos, entonces, a quienes leen siempre: sin presiones, sin necesidad de convocatorias, de concursos o de fotografías.

Todavía intento entender...

Asistir de primera mano, o de cuerpo presente, a lo que es Bibliotecas Rurales, fue como recibir amorosamente una guía de lectura de las manos de las y los comuneros.
Primero de quienes se encuentran una o dos veces en el año en su Asamblea, y luego en la hermosa localidad de Masintranca, gracias a don Sergio, a doña Dona y a su hija Nerly. Con su compañía paciente y generosa fui recorriendo esa “guía”; no en papeles ni en aulas de clase, sino a través de conversaciones cotidianas, en comidas alrededor de las mesas más “ricas” que he podido ver, o en gestos y silencios cargados de enorme sentido.
Las ilustraciones de esta especie de primera cartilla fueron los colores de la ciudad, del cielo, de los cultivos, los tonos de voces, el cantadito de lenguajes combinados alrededor de algo grande que intento entender con el cuerpo, más que con las ideas; historias de migraciones, de pérdidas y de logros, de esperanzas y de tareas enormes por hacer, por repensar.
Ese “algo grande” que todavía intento entender es como sus cerros tutelares, sus apus, firmes y fuertes en su historia, pero aún en movimiento, en crecimiento permanente; un algo que remueve mis propias raíces -como debe ser, creo yo-: la pertinencia (y pertenencia) de las palabras, la conciencia de lo infinito que hay en cada uno, las soledades y las luchas que nos hermanan.
Es curioso que se llame “voluntariado” (que generalmente asociamos con “dar” de una manera vertical, con cierta generosidad paternalista) a un hacer que de ninguna manera es individual ni en un solo sentido. Mi encuentro particular con las y los comuneros (bibliotecarios, coordinadores, profesores, estudiantes y hasta otros voluntarios), agrandó, enriqueció, mi propio cuaderno de preguntas, esa imaginaria libreta de apuntes que se lleva y se llena en la cabeza, a lo largo de la vida, no solo para entender a otros, sino para entenderse y conocerse a sí mismo. ¿Por qué es importante que a cada uno se le reconozca su esfuerzo por estar y ser en el mundo? ¿Por qué las palabras son un don tan preciado y a la vez tan complejo y escaso en ciertos momentos? ¿Cuál fue esa palabra que, sin darnos cuenta, cambió el rumbo de la relación con alguien que nos importa? ¿Qué es eso de mí que, sin presentirlo siquiera, fui a buscar en otras tierras? ¿Qué hallé que no estuviera ya dentro de mí? ¿Por qué necesitaba encontrarme con alguien, escuchar a alguien, contarle a alguien, quizás un alguien a quien, posiblemente, no veré nunca más?
Todo esto y más (además de la tierrita del Qayaqpuma en mis zapatos, hallada con emoción al desempacar, como si, sin querer queriendo, hubiera robado algo invaluable), todo eso, me fue dado en Masintranca y en Cajamarca, con acciones y palabras, e incluso con expresiones en rostros que tienen nombres e historias. Como la mía. Como las de todos.
Orlanda Agudelo Mejía
desde El Carmen del Viboral, Colombia