Lectura para compartir: texto del ensayista Agustín Squella.
Si avaro es el que tiene y retiene, o sea, el que se resiste a dar, codicioso es el que tiene y quiere ante todo tener más, o sea, el que no puede resistir el impulso de llenar una y otra vez su granero ya atiborrado de riqueza.
La avaricia es una contracción, en cambio, la codicia es una constante expedición, aunque no para conservar lo que se tiene, sino para volver a tener lo que ya se tiene. Por lo mismo, si la avaricia es triste, la codicia es, a penas, ansiosa.
La persona avara no quiere restar, mientras que el temperamento codicioso lo que quiere es sumar. El avaro cierra su cofre, esconde la llave y mira todos los días por el ojo de la cerradura para comprobar que no falte ninguna de sus pertenencias; a la inversa, el codicioso piensa sólo en cómo hacer crecer la bóveda del cofre y le intranquiliza verificar que sus posesiones no se hayan multiplicado.
Si el avaro es un problema para su prójimo, el codicioso constituye más bien un peligro para sus semejantes. El primero tiene únicamente interés en lo propio, pero el segundo pone ante todo su atención en lo ajeno. Uno sufre el temor de ver disminuido lo que ya tiene conquistado, mientras el otro padece lo angustia de no haber conquistado lo suficiente. Aquél soporta mal la idea de que lo priven de algo que ya posee, mientras éste tolera peor la comprobación de que siempre es posible poseer más. La avaricia es así un vicio pasivo, al paso que la codicia requiere de una incesante imaginación y actividad.
diciembre 30, 2011
“Sobre la Codicia” - I
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Red Bibliotecas Rurales
a las
14:05
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