abril 24, 2020

¡El Ñaupa dice!

Lectura y juntura

Aquí en la sede central de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca, desde hace semanas ya leemos en familia para animar las tardes, tomar café, escuchar y viajar. Empezamos con un libro de Luis Sepúlveda: ‘Un viejo que leía novelas de amor’ y con él fuimos hasta la selva amazónica y estuvimos con los Shuar.
Luego, de la mano de ‘Me llamo Gandhi’, viajamos a la India con el Mahatma o Alma grande; fuimos con él a Londres y a Sudáfrica, estuvimos en la Granja Fénix y nos unimos a su lucha no violenta; nos aliamos a su torno de hilar para demostrar la independencia; estuvimos en la cárcel y morimos con él el 30 de enero de 1948.
Con Emilio Salgari fuimos ‘Los desterrados de Siberia’, viajamos con quienes fueron acusados de ser nihilistas y condenados a estar presos en la Siberia; entre los cosacos guardia del Zar, la taranta (coche rígido con ruedas), el río Yenesei y el Irtich, las cadenas de los presos y un sin número de referencias geográficas y paisajísticas siberianas, sentimos el frío y el hielo, el cansancio, el peligro, la esperanza y el amor.
Despues, a través de ‘Warma Kuyay’, de José María Arguedas, volvimos a los paisajes andinos del Perú, el cerro Chawala, las paca-pacas, el charango, las coplas de amor y de desamor, vimos el poder abusivo del hacendado Froylán y comprendimos el significado y la hondura del amor del pequeño Ernesto.
Anduvimos por montón de lugares a través de los relatos de Eduardo Galeano en su libro ‘Mujeres’, textos que resaltan la voz y la acción de compañeras que por su entereza y vuelo han hecho historia y proceso. En Nicaragua, en la dictadura de Somoza, con Luz Marina, la maromera o Mónica Baltodano, la comandante de las luchas sandinistas; en Bogotá con Patricia Ariza, artista colombiana que “estaba en la lista de los condenados por pensar en rojo y en rojo vivir”; recorrimos el río Amazonas con las Conlapayaras; con Nanny, lideresa de la comunidad cimarrona en su lucha contraesclavista en Jamaica, y con muchas otras mujeres y muchas otras historias y contextos de pánico, guerra, de dictaduras y violencia, caminos sinuosos del amor y la libertad.
Con el terrible relato de Julio Ramón Ribeyro, ‘Los gallinazos sin plumas’, vivimos la historia de Pascual, el cerdo; el abuelo; Pedro el perro y Efraín y Enrique, y nos dimos cuenta, una vez más, del desamparo y el sufrimiento de muchos que husmean los rincones de los desperdicios y basurales de las ciudades de hoy.
Por ahora, aún continuamos en viaje por Alemania, con el libro ‘Krabat y el molino del diablo’, de Otfried Preussler, entre aprendices de magia negra, amistad y suspenso, pasan nuestros días y nuestros vuelos a otros lugares, a mil personajes, a muchas historias y geografías, ¡a muchos aprendizajes!
Gracias a la familia de Bibliotecas Rurales, pues la magia de estar aquí es justamente estar juntos.

La pandemia y nosotros

Quiero contar algo, no por lo que me dijeron sino porque lo estoy viviendo directamente, lo estoy viendo con mis ojos y mente en nuestra zona rural, de nuestros territorios, que engloba a todo lo que existe.
Es de los cambios que se van presentando en forma aceleradísima, del amor por los suelos, por la producción, por querer a nuestras chacras y nuestras casitas de campo, sin diferencia de edades. Todos los que procedemos de la zona rural, al menos de Bambamarca, le estamos dando importancia a nuestras raíces de procedencia, de todas nuestras costumbres. Y muchos estamos recuperando lo que de mala manera lo habíamos abandonado u olvidado.
Nosotros los campesinos que, en los últimos tiempos, estábamos empezando a ser más urbanos –por sus atractivos de modas, farmacias cercas o servicios más mediáticos, por no querer caminar mucha distancia–, ahora con el Coronavirus nos está haciendo cambiar la mirada a nuestra realidad y a amarlo más a nuestra naturaleza, y que el dinero no es todo ni menos el individualismo.
En los presentes días no solo hablamos, sino estamos con la idea de la importancia de la minga (el trabajo colectivo y voluntario) en nuestros trabajos, y hablamos de intercambiar productos y de poner en actividad nuestras herramientas agrícolas con nuestros brazos. ¡Y arriba nuestros campos, nuestra chacra, nuestra comida, nuestras plantas medicinales, que nos enseñaron nuestros abuelos!
Hemos reforzado especialmente con nuestra juventud, que ahora ve los horizontes de nuestra chacra, aunque sean de poca área.
Con esto no quiero alarmar nada, sino es que ahora cuántos emigrantes están preocupados por regresar a su lugar de origen.
Hablo esto no para vanagloriarme, sino es para ver de manera positiva la problemática que nos toca enfrentar, que no sabemos hasta cuándo será ni las consecuencias que nos traerá con los cambios.
¡Qué interesante!
Lino Gálvez Blanco,
Comunidad de El Ahijadero, Bambamarca

Cuarentena y siembras

Hoy encontré una bolsa vacía de café de Tolima en nuestra cocina. Lo había dejado Alfredo, como aguardando. El café nos lo trajo una amiga y estaba muy rico. Miré el envase y pensé: “Esto también puede servir de algo”.
Desde que empezó el tiempo de la cuarentena y tenemos que traer todos los alimentos caminando y cargando, estamos más conscientes de los envases, de reutilizar y reciclar. Y eso es un gran aprendizaje. ¡Algo positivo que está naciendo de la pandemia!
En nuestra casa siempre hemos separado la basura. Tenemos nuestro compost hace muchísimos años, reutilizamos el agua de la ducha, recogemos el agua de la lluvia para regar el jardín. Pero ahora estamos reforzando estas medidas de previsión y cuidado de la tierra.
Empecé a picar hasta los más pequeños restos de jaboncillo para fabricar jabón líquido. Luego, Alfredo construyó –con pedazos de madera– una caja para guardar las papas; ahí se mantienen desde el inicio de la cuarentena, sin picarse, sin malograrse, sin gastar energía y, además, hay sitio para guardar los camotes, el macito y todo lo que se pueda.
Alfredo también empezó con los cultivos de hortalizas; para los almácigos utiliza envases plásticos reciclados. Después sembró maíz, frejol y papas en pequeños espacios de nuestro jardín.
Un día nos preguntábamos qué hacer con los Tetrapak y pensamos que pueden servir para sembrar, por ejemplo, lechugas. Hoy nació la idea de sembrar caihua en el envase del café. ¡Ya se nos está acabando la tierra del compost con tanta siembra!
Y es tan grata la sola idea de compartir la cosecha.
Como las circunstancias también nos incitan a hacer más cosas con las manos, volví a empezar a tejer medias. Con los retazos que aún tuve en casa salió un par de medias de múltiples colores para Mara. Ella ahora quiere aprender a coser. ¡Vamos a ver cómo le sale su proyecto de un pantalón de retazos de tela!
Y Rumi ya tiene un proyecto de sellos, además de su parcelita de caihuas…
Rita Mocker

Es bueno desinfectar el alma

En los presentes días casi es una obligación ponernos a pensar, a conversar, profundizar nuestra existencia, de cómo la naturaleza –por ejemplo– tiene tanta fuerza… y algunos humanos creían que tenían tanto poder.
Nuestro deber es tomar conciencia de lo que estamos haciendo para así mejorar la situación y trabajar en ser cada día mejor que ayer, porque de nuestras acciones y comportamientos depende el destino de todos.
En estos tiempos de distanciamiento social, de incertidumbre, ansiedad, miedos, que no nos falte la fe y el agradecimiento, por lo que somos, por lo que sabemos y por lo que tenemos.
Después de esta etapa que estamos viviendo, también sigamos valorando el trabajo y el esfuerzo que hace el campesino. Y no olvidarlo por las necesidades del consumismo del mundo moderno. Que ahora nos hemos vuelto extremadamente dependientes para poder subsistir.
Es triste tener que sufrir alguna calamidad o acontecimiento para recién entender lo grande y valioso que es vivir. Disfrutemos de las cosas sencillas que tenemos: eso nos volverá más cercanos, más naturales, más humanos.
Una comunera





260420

A distancia

La cuarentena de varias semanas que vivimos en nuestro país, implica también la suspensión de labores presenciales en la escuela. Como alternativa, el Ministerio de Educación ha dispuesto por tiempo indefinido un sistema de educación a distancia a través de la radio, televisión e internet.
Al margen de lo que este cambio repentino implica para los profesores, padres de familia y estudiantes, tanto a nivel de organización como del uso de la tecnología, otras preocupaciones muy importantes resultan de esta situación.
Confundidos, después de haber pasado largas horas y días enteros elaborando una tediosa y, a mi modo de ver, poco funcional, programación curricular, los profesores, en su afán de cumplir fielmente con toda esa programación, llenan de actividades, tareas, videoconferencias y evaluaciones “a distancia” a sus estudiantes, habiendo pasado de un confinamiento social a un confinamiento académico. Y sus hogares, lejos de ser el refugio ideal en este tiempo de incertidumbre, muchos de ellos se han convertido en pequeñas escuelas donde lejos de aprender a gusto, los nervios y la desesperación crecen con más velocidad y riesgo que el propio virus (¡exagerando, claro!)
Por otro lado, muchos docentes y estudiantes empiezan a extrañar el afecto que tanto motiva las ganas de enseñar y de aprender, los saludos, las sonrisas, los abrazos y todas esas muestras de gratitud y cariño inocente y sincero de los niños, nos ayudan a empezar el trabajo de cada día. Tomar la mano de un niño para ayudarle a escribir una letra que se le hace difícil; tomar juntos un libro para leer; revisar las tareas uno a uno, hablando bajito para que los demás no escuchen las correcciones…
Interactuar en una videoconferencia no es lo mismo que estar juntos en un aula, preguntarse y responder “a las ganadas”, teniendo que recordar a cada instante nuestros acuerdos de convivencia (que también fueron reemplazados por íconos y apagadas de micrófono pre establecidos en el sistema)
Leer libros virtuales, hacer tareas virtuales, organizar reuniones virtuales y otras tantas actividades virtuales carentes de virtud.
En este tiempo, pasamos muchas horas frente a la computadora tratando de aprender, mirándonos a través de cámaras y hablándonos a través de micrófonos, todo para intentar acercarnos, pero sin reparar en nuestras expresiones cansadas y afligidas, apagando de rato de rato la cámara y el micrófono para que nadie del otro lado se dé cuenta de nuestro reniego cuando algo no nos está saliendo bien.
Extraño mucho mi escuela, extraño volver y escuchar el murmullo de esos niños, sus risas, sus cantos, sus quejas, sus llantos; ya quiero dejar el classroom, el zoom y el meet. Nada puede reemplazar la presencia de las personas.
Lola

Floreciendo

Ojalá aprendiéramos de las flores que andan buscando la luz del sol, superando muchas veces grandes obstáculos.
Aparecen para alegrarnos la vida con su fragancia y belleza.
Mientras hay vida, hay esperanza.

Alberto Vásquez Figueroa: Ébano

Ébano, negro intenso de la piel; grupo que combatía a los cazadores de esclavos, homenaje a quienes luchan por un mundo mejor y el deseo de dejar oír la voz femenina; ébano en tanto crítica por los desafueros del ser humano, de la sociedad y del sistema de vida y la estructura actual.
Una travesía por el inmenso desierto africano, una causa política, un motivo afectivo y pasional de un fotógrafo, acompañada de descripciones del majestuoso e insondable paisaje desértico en el que “el día era del sol, y la noche, del viento. El sol era callado, pero el viento gemía, lloraba, ululaba, suspiraba”.
Y, a la vez, la presencia honda de las miserias del mundo: guerras ‘tribales’, exterminio y torturas, miseria, corrupción, tráfico de drogas, desigualdad, marginación y, sobre todo, tráfico de seres humanos tristemente convertidos en mercancía.

Un viejo que leía novelas de amor

Este es el título de una novela escrita por Luis Sepúlveda, quien falleció con el Coronavirus este pasado 16 de abril.
Los protagonistas y ejes de esta maravillosa novela son muchos: el pueblo indígena Shuar, la inmensa e impenetrable Amazonia que, pese al machete del colono, siempre “volvía a crecer con vigor vengativo”; El Idilio como lugar del estar; los ríos Nangaritza, Zamora, Yacuambi, el puerto fluvial El Dorado; un dentista con nombre sonoro (Rubicundo Loachamín); las novelas de amor y el sabio Antonio José Bolívar Proaño, quien bien ilustra aquella intensa pasión por “apropiarse de las palabras”, por buscar comprender las tramas de esas letras que se leen una y otra vez.
Y, aún más, es la historia de una tigrilla a quien los ignorantes blancos le mataron sus crías e hirieron mortalmente al macho. Ella ocupa de principio a fin el sonar de una sabiduría, de un ethos o forma de vida, de un trinar, de un sonido, de un silencio, de una hondura que sólo es vista, sentida, olida, palpada y degustada por almas conectadas con el cantar imperioso de la selva.
Con bella voz y fuerza llegaron a nuestros corazones estas líneas de Luis Sepúlveda que, a pocos días de conocerlo, a través de su novela, se fue a habitar el mundo de los muertos, el mundo de los inmortales.

Pandemia y rabanitos

En Bibliotecas tratamos de no permitirnos estar mal: mantener siempre el espíritu vivo, a estar de buen humor, a transmitir amor y solidaridad y a animar a otros.
Este tiempo que estamos atravesando es un buen momento para seguir aprendiendo y creciendo: como persona, como familia y como comunidad.
Uno de los retos de los últimos días fue sembrar hortalizas en todos los espacios posibles. Lo hicimos en familia, en minga, y fue una experiencia aleccionadora. Compartimos con ustedes los primeros resultados visibles y palpables que sí ayudan a levantar el ánimo.

Novela de amor

En estos días, cuando nos comunicamos con los coordinadores de la Red que viven en las comunidades rurales, hemos recibido hermosas noticias sobre lectura. Muchos coordinadores, acostumbrados a organizar círculos de lectura en sus bibliotecas, han adoptado esa misma práctica en sus familias.
Este tiempo de cuarentena invita a seguir leyendo, a leer aún más, solos o en grupo.
También aquí, en Cajamarca, nos estamos tomando un tiempo adicional para la lectura colectiva. Cada tarde nos reunimos en familia para leer. Alfredo empezó el círculo leyendo un libro de Luis Sepúlveda: Un viejo que leía novelas de amor, que nos lleva a la geografía de los Shuar a buscar una tigrilla…¡pero mejor léanlo ustedes mismos! Es realmente espectacular y apasionante.
Quizá lo encuentren aquí, en este enlace de la Biblioteca Digital Mundial de la UNESCO, un regalo generoso para el mundo: https://www.wdl.org.es
¡Sigamos leyendo en familia!

Feliz cumpleaños Bibliotecas Rurales

Recibimos un grato correo de nuestra amiga Monika Pfändler, desde Suiza, saludando por nuestro aniversario. Aquí un fragmento de su mensaje y el poema que nos dedicó:
Antes de empezar con el trabajo en casa, hago cada día una caminateaalrededor de mi pueblo, que se llama “Speicher”. “Speicher” signifia ‘almacén’ y este nombre se originó en el siglo XIII durante el apogeo del monasterio de San Gallen. En ese momento había un granero (almacén) del monasterio bajo el techo de la iglesia del pueblo. El 15 de mayo de 1403 tenía lugar la llamada batalla de “Vögelinsegg”. Los campesinos de Speicher y pueblos alrededores se hacían independientes del monasterio y la ciudad de St. Gallen y formaron su propio departamento. “Vögelinsegg” significa ‘Rincón de los pajaritos’: fue en este lugar dónde escribí el pequeño poema, acompañada de un mirlo que cantaba.
Anteayer tomé estas dos fotos en mi camino para que te puedan imaginar dónde nacieron los buenos deseos para Bibliotecas rurales.
¡Con un fuerte abrazo!
Monika
En estos tiempos...
en los que la gente se encierra
las flores guiñan debajo de la nieve y se abren,
en los que los humanos luchan por respirar
la madre tierra toma aliento.
Un mirlo comienza a cantar
y la gente canta, desde balcones hasta las calles vacías.
Podemos empezar a darnos cuenta de lo que somos:
Somos tierra, agua, viento, sol... en todos los tiempos.
¡Debe ser un día especial, un cumpleaños!
Feliz cumpleaños a toda la gente de Bibliotecas Rurales
en todos sus andares!