Hoy encontré una bolsa vacía de café
de Tolima en nuestra cocina. Lo había dejado Alfredo, como aguardando. El café
nos lo trajo una amiga y estaba muy rico. Miré el envase y pensé: “Esto también
puede servir de algo”.
Desde que empezó el tiempo de la
cuarentena y tenemos que traer todos los alimentos caminando y cargando,
estamos más conscientes de los envases, de reutilizar y reciclar. Y eso es un
gran aprendizaje. ¡Algo positivo que está naciendo de la pandemia!
En nuestra casa siempre hemos separado
la basura. Tenemos nuestro compost hace muchísimos años, reutilizamos el agua de
la ducha, recogemos el agua de la lluvia para regar el jardín. Pero ahora
estamos reforzando estas medidas de previsión y cuidado de la tierra.
Empecé a picar hasta los más pequeños restos
de jaboncillo para fabricar jabón líquido. Luego, Alfredo construyó –con
pedazos de madera– una caja para guardar las papas; ahí se mantienen desde el
inicio de la cuarentena, sin picarse, sin malograrse, sin gastar energía y,
además, hay sitio para guardar los camotes, el macito y todo lo que se pueda.
Alfredo también empezó con los
cultivos de hortalizas; para los almácigos utiliza envases plásticos
reciclados. Después sembró maíz, frejol y papas en pequeños espacios de nuestro
jardín.
Un día nos preguntábamos qué hacer con
los Tetrapak y pensamos que pueden servir para sembrar, por ejemplo,
lechugas. Hoy nació la idea de sembrar caihua en el envase del café. ¡Ya se nos
está acabando la tierra del compost con tanta siembra!
Y es tan grata la sola idea de
compartir la cosecha.
Como las circunstancias también nos
incitan a hacer más cosas con las manos, volví a empezar a tejer medias. Con
los retazos que aún tuve en casa salió un par de medias de múltiples colores
para Mara. Ella ahora quiere aprender a coser. ¡Vamos a ver cómo le sale su
proyecto de un pantalón de retazos de tela!
Y Rumi ya tiene un proyecto de sellos,
además de su parcelita de caihuas…
Rita
Mocker
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