(Apuntes de Alfredo Mires; visita a
la zona de Yunchaco, provincia de Cutervo. Agosto 2015)
Yunchaco
se encuentra entre lo que los lingüistas llaman “el área toponímica cat”, por
la antigua lengua que allí se hablaba.
A
varias horas aún de viaje se encuentra Quilucat, y allá fuimos, para hacer
nuestra ofrenda en el ancestral santuario que los abuelos cubrieron con prodigiosas
pinturas rupestres.
No
fue fácil llegar: los empinados caminos han sido arrasados por las firmes
lluvias de la última temporada.
Don
Miguel Ramos –quien estaba yendo por la zona con su alforja llena de semillas–,
se animó a guiarnos. Pero el camino hacia el santuario casi tiene que ser
inventado al filo de esos barrancos: unos kilómetros en picada abajo se divisa
el río Silaco.
Los
Guardianes de Piedra avisan que nos estamos acercando. Y allí está el templo
que hace miles de años los ñaupas poblaron de colores y mensajes.
En
frente, a la distancia y al otro lado del río, se alza Potrerillo, otro
santuario emplazado en esa media luna de roca donde ya anduve hace algunos años:
es como si los templos se miraran, reverenciando al agua que mana de las montañas
y al encuentro del río Marañón con el Silaco.
El
sufijo Cat significa agua. Con Quilu debe significar “donde se reúne el agua”.
Don
Gilberto Ramos, quien con su extraordinaria generosidad y su familia nos
esperan al regreso para compartir su almuerzo, me dice: “Aquí han venido a conocer incluso algunos estudiosos, pero nunca más
hemos sabido de ellos”.
Toda
esta zona está llena de portentos que nos heredaron los abuelos; volviendo a La
Ramada pasé por las formidables colcas (antiguos almacenes de alimentos) en la
comunidad de Las Iglesias… pero esto no forma parte de la historia que se imparte
en las escuelas ni ocupa un lugar en las monsergas desarrollistas de los
estados.
Aquí,
los que más recuerdan son los más olvidados.
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