(Apuntes de Alfredo Mires; visita a
la zona de Yunchaco, provincia de Cutervo. Agosto 2015)
Uno
busca la palabra “café” en internet y aparece el grano precioso, la taza excitante,
la crema que lo apasiona, el aroma que lo provoca; aparece el fino paladar que
lo degusta, la mesa que lo inspira y hasta un afiche que dice “Las penas con café son buenas”.
Pero
no aparece la mano que lo trabaja, el sudor del que lo abona, el hambre del que
lo cultiva, las carencias del que lo grana.
En
Yunchaco, en Cujillo, en Quilucat, en San Pancho, en El Rollo, en Cunuat, el
café se cultiva desafiando a la gravedad, prendiéndose de los abismos.
Entre
los meses de febrero y junio, muchas comunidades de esta zona permanecieron
aisladas. “Teníamos que caminar más de
seis horas de ida y otro tanto de vuelta –en medio del aguacero, temiendo que
los huaycos nos arrastraran–, para comprar un poco de sal, un poquito de
azúcar, aunque sea unos fósforos… y los precios subieron más del triple, ya no
podíamos comprar. Nos quedábamos de hambre”.
Por
todos lados se ven las manchas inmensas de deslizamientos que aún no cesan. “El derrumbe nos llevó fincas enteras de
café, con plátanos, con huabos, con todo…”, me dice don Gilberto.
En
este país nuestro que se precia de su gastronomía hay, incluso, un “Día del
café peruano”: me pregunto si así como se aprecia el producto también se
considera al productor.
Me
pregunto si en las ceremonias encopetadas, en las charlas de café cambiadoras
de mundos o en los romances de tabaco y poesía, si será posible pensar en aquellos
que siembran rompiéndose el lomo y evadiendo las picaduras de los mosquitos lameojos
y las mordeduras de las víboras uyuri…
Alguna
vez, hace años, anduve con comuneros de la etnia Oromo, cerca de la provincia
de Kaffa, en Etiopía. Es en Kaffa donde se originó el café; de ahí su nombre.
Pero África es sinónimo del hambre y la desmesurada injusticia que le cernieron
en nombre de la “civilización”.
En
América Latina, Colombia es el estereotipo del café, pero tampoco se alude al generoso
comunero que labra la tierra a pesar de los padeceres.
Hay
una historia cuyo recuerdo se evade, cuya lectura se invisibiliza, cuyo adentrarse
se evita. Se muestran los índices del café por su sabor y su producción, pero no
los de quienes los producen; no aparece el México de Zapata, el Salvador de
Romero, la Guatemala de Rabinal…
Si
pudiéramos despertar más cuando tomamos un café…
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