Cuando la Red de Bibliotecas Rurales empezó a
rescatar la sabiduría de las comunidades andinas, allá por los años ‘80, muchos
nos criticaron, sobre todo porque usamos el lenguaje de la propia gente en
nuestros textos.
– ¡Cómo es
posible! ¿Campesinos que se atreven a producir libros? –decían.
Eran sobre todo algunos profesores que no querían
nuestros libros en las escuelas porque “en
esos textos hay muchos barbarismos”; así decían refiriéndose a la manera
como hablamos del campo de Cajamarca.
Con los años –y con mucha paciencia– esta situación
ha cambiado. Ahora son más bien muchos profesores y directores de las
instituciones educativas quienes se interesan por este quehacer nuestro. O son los
propios alumnos, cuando tienen que resolver sus tareas.
– Es
imperativo permear la educación y la escuela –suele
decir Alfredo Mires, nuestro Asesor Ejecutivo.
Sin embargo, aún hay mucho camino por andar.
Varios coordinadores nuestros son docentes. Tenemos
convenios con escuelas en el campo y ahí, en las mismas instituciones
educativas, bibliotecas rurales.
Estamos coordinando nuestro trabajo con Institutos Superiores Pedagógicos e
incluso tenemos solicitudes para un Plan de Lectura realmente acorde con la
vida de las comunidades...
Son avances enormes y, como Red, estamos felices
con estos desafíos. Pero sabemos que el camino es arduo y que somos pocos. Felizmente
no tenemos la afición a desalentarnos.
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