El
camino de la Red
de Bibliotecas Rurales de Cajamarca
de Bibliotecas Rurales de Cajamarca
Tuve la fortuna de vivir en Zaña durante algunos años. Y en esa fortuna
la bendición de hacer una amistad entrañable con quienes –desde la iglesia
latinoamericana–, habían comprometido su vida con este continente de la
esperanza.
Mucha cárcel amenazaba, mucha liberación se exigía; mucha dictadura se
imponía, mucho sueño se cultivaba; mucho silencio campeaba, mucha protesta
emergía; mucha desesperanza anochecía, mucha fe nos amanecía.
Eran los años 70 y yo era poco más que un niño al que apenas se le iban
asomando las pelusas de la barba. Y ese tiempo fue un almácigo de lecturas,
reflexiones, celebraciones, cantares, junturas y andaduras con otros jóvenes un
poco más jóvenes: Gerardo Prince, Mabel St. Louis, Pancho Murphy, Wendy Cotter
y otros tantos a quienes soñar los mantenía despiertos.
Ese sembrío multiplicaba los vínculos, las correspondencias y las
uniones. La comunidad a la que se aspiraba, a la vez se vivía y se entrelazaba.
Así conocí al R.P. Juan Medcalf, con quien me enyunté en la Red de Bibliotecas
Rurales de Cajamarca. A finales de 1980 vine acá; un año después P. Juan
regresó a su tierra y entonces supe que era aún más grande la tarea que me
tocaba.
Porque los sueños de aquel vivero entrañable nunca se fueron; porque la
realidad sigue siendo un desafío; porque los pobres siguen clamando al cielo;
porque la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la comunidad, es una causa
amada, alegre, intensa y justa.
Así como las plantas necesitan agua y los sembrados abono, la mente
necesita nutrirse de saberes, arraigarse de recuerdos y florecerse de mañanas.
Para eso los libros son una herramienta portentosa, y las lecturas colectivas
una forma de organizarnos y de liberarnos.
Alfredo
Mires Ortiz
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