Cuando una familia desciende de un pueblo pequeño,
pese al transcurso del tiempo hay costumbres que no pasan y, por el contrario,
se añoran cada día más, se hacen más fuertes en los recuerdos.
Así nos sucedió hace algunas semanas: al ver muy cercana la fiesta del Virgen del Rosario en Ichocán, recordamos a nuestros padres que presurosos alistaban su equipaje para ir al pueblo unas semanas antes y empezar el amasijo, preparar los ricos panes de maíz, las turcas, las rosquitas, el pan… todo, para esperar la visita de los hijos y los nietos.
Los viejitos ya descansan y quienes quedamos no hemos aprendido lo suficiente, pero las ganas pueden más. Así, con las viejas recetas de las abuelitas, este año aprendimos a preparar algunos de esos dulces. Ojalá con la práctica mejoremos los sabores aunque, como dicen mis hijos, en horno de gas no es lo mismo que en horno de leña.
Y es que al recordar estos amasijos nos vienen también a la memoria otros recuerdos, como el olor de la cocina de leña, la algarabía de los muchachos trepando a los árboles para recoger cansabocas, nísperos; o las ganadas buscando la mejor piedra para chancar nogales; también el murmullo del cuyero y, cómo no, el recuerdo de algunas conversaciones entre vecinas o familiares:
– Buenos días, hermanita, hazme un bien: préstame tu ruco, porque mi cuya ha parido.
– ¡Cómo no, hermana! Pasa hasta que lo pesco das.
O:
– ¡Vecino Pancho! Buenos días. ¿Está, usted?
– Buenos días, don Manuelito. Acá estoy, cegando un poquito de alfalfa para los cuyes. Dígame, qué será.
– Présteme, don Panchito, su zapapico; lueguito le devuelvo. Necesito aporcar y del mío se ha desgastado el mango. Esta semana ya lo arreglo.
– Ya, don Manuelito, cómo no. Téngaste.
Estos recuerdos no pasan.
Hace poco supimos de familias que han regresado, procedentes de otras ciudades, a vivir al pueblo. Dicen que hay más casas habitadas. Yo pienso que ojalá sea para bien. Y no es por querer volver al pasado, es por el temor a perder lo que queda. Es necesario preservar esos recuerdos y practicarlos. Esos gestos solidarios ya no se ven en estos tiempos; esas buenas costumbres se van perdiendo.
Si no queremos más recuerdos tristes de esta y otras pandemias, es mejor rescatar lo que nos hace vivir sanos, en armonía, en paz con los vecinos y con la naturaleza. Y, todo lo nuevo que viene, si es para bien, bienvenido sea.
Lola Paredes
Así nos sucedió hace algunas semanas: al ver muy cercana la fiesta del Virgen del Rosario en Ichocán, recordamos a nuestros padres que presurosos alistaban su equipaje para ir al pueblo unas semanas antes y empezar el amasijo, preparar los ricos panes de maíz, las turcas, las rosquitas, el pan… todo, para esperar la visita de los hijos y los nietos.
Los viejitos ya descansan y quienes quedamos no hemos aprendido lo suficiente, pero las ganas pueden más. Así, con las viejas recetas de las abuelitas, este año aprendimos a preparar algunos de esos dulces. Ojalá con la práctica mejoremos los sabores aunque, como dicen mis hijos, en horno de gas no es lo mismo que en horno de leña.
Y es que al recordar estos amasijos nos vienen también a la memoria otros recuerdos, como el olor de la cocina de leña, la algarabía de los muchachos trepando a los árboles para recoger cansabocas, nísperos; o las ganadas buscando la mejor piedra para chancar nogales; también el murmullo del cuyero y, cómo no, el recuerdo de algunas conversaciones entre vecinas o familiares:
– Buenos días, hermanita, hazme un bien: préstame tu ruco, porque mi cuya ha parido.
– ¡Cómo no, hermana! Pasa hasta que lo pesco das.
O:
– ¡Vecino Pancho! Buenos días. ¿Está, usted?
– Buenos días, don Manuelito. Acá estoy, cegando un poquito de alfalfa para los cuyes. Dígame, qué será.
– Présteme, don Panchito, su zapapico; lueguito le devuelvo. Necesito aporcar y del mío se ha desgastado el mango. Esta semana ya lo arreglo.
– Ya, don Manuelito, cómo no. Téngaste.
Estos recuerdos no pasan.
Hace poco supimos de familias que han regresado, procedentes de otras ciudades, a vivir al pueblo. Dicen que hay más casas habitadas. Yo pienso que ojalá sea para bien. Y no es por querer volver al pasado, es por el temor a perder lo que queda. Es necesario preservar esos recuerdos y practicarlos. Esos gestos solidarios ya no se ven en estos tiempos; esas buenas costumbres se van perdiendo.
Si no queremos más recuerdos tristes de esta y otras pandemias, es mejor rescatar lo que nos hace vivir sanos, en armonía, en paz con los vecinos y con la naturaleza. Y, todo lo nuevo que viene, si es para bien, bienvenido sea.
Lola Paredes
2 comentarios:
Que bonito!! Nos traslada a lindos lugares y hermosas costumbres.
Felicitaciones a mi hermana menor. Lo escrito es cierto, es original en su estilo. La narración es de hechos reales, vividos en el lugar de esta querida y adorada tierra, donde nuestra estancia fue muy feliz. Exalto los valores que mi hermana encierra en su formación como persona, como profesional; su dedicación a los niños es invalorable, y se da tiempo para apoyar en las Bibliotecas Rurales, admirable. No dejaré de dar las gracias por lo que a mi concierne por haber atendido toda su vida a nuestros padres. Gracias Lola Josefina, una vez más.
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