febrero 09, 2015

Lluvia

Ha llovido muy fuerte en estas semanas. Y, como siempre, la televisión y otros medios han desatado sus condenas en contra de la naturaleza.
Por eso traemos a colación fragmentos de una conferencia que nuestro compañero Alfredo Mires presentara, hace algunos años, sobre Cambio climático desde el punto de vista campesino:
En quechua también, para “mal tiempo” se utiliza Manall’intiempo, que es como decir que no hay tiempo: Manaall’inwichan. Manaall’i es que no está bueno, pero no es estar malo. Es una diferencia importante para nosotros. Por eso es que en el campo, cuando alguien está subiendo una cuesta, no dice: “¡Qué fea cuesta!”; sino: “¡Está buena la cuesta!”. O si alguien sale y hay un sol muy fuerte, es un ignorante si se le ocurre decir: “¡Este sol me está fastidiando!”.
Cuando está cayendo el aguacero, por ejemplo, a nosotros nos han enseñado nuestros mayores que debemos salir primero a mojarnos; no se nos ocurriría salir ya cubiertos con el paraguas porque eso sería como despreciar a la lluvia, como no darle la bienvenida.
Se comprenderá lo chocante que puede resultar entonces cuando, a través de los medios de incomunicación, escuchamos expresiones como “la furia de la naturaleza”, o “la inclemencia del tiempo”. Más aún cuando, desde esta filiación con todo lo que anida en la comunidad, las señales de los cambios en el tiempo son enunciadas por los cerros, las plantas, los animales, los vientos y hasta el color y la textura de las hojas y las aguas.
El pájaro lic-lic viene trayendo la lluvia que tanto necesitamos; el zorzal canta y empieza a llover; las gallinas se acoshpan y asoma el aguacero. Y como ellos el pachatuco, la cargacha, los shingos, los sapos, las shangulays, las culebras, el lingosh… Y hasta los cerros se ponen gorros de nube o bufandas de viento anunciando cómo serán los tiempos.

Porque es la presencia del agua la que marca el ritmo de los tiempos y los quehaceres agrícolas. Es una relación absolutamente diferente a la que se tiene en las ciudades, donde uno puede ir al baño unas seis veces al día, tirar la palanca del retrete sin un ápice de consciencia y arrojar al desagüe cada vez unos doce litros de agua, la misma cantidad que se necesitaría para sostener una familia de cuatro personas en el campo.

1 comentario:

Kepa Osoro Iturbe dijo...

Gracias, Alfredo, por este emocionante texto. Todos sabéis lo importante que es para mí la lluvia. Lo he compartido en Lectyo

http://kepaosoroiturbe.lectyo.com/permalink/24305

Os regalo del poema "Lluvia", de Federico García Lorca.

La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.

Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentágrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!