abril 29, 2019

Ocaso y amanecer

Hoy vi el atardecer más bonito del mundo, en uno de los pueblos más bellos que conozco en Cajamarca.
No sé qué gusto le hallan algunas personas para andar en alguna gran ciudad yendo de compras, entre grandes bloques de cemento. Quizá jamás entenderían la belleza de una casa de barro o las maravillas que inspiran al alma viendo un atardecer como este.
Esa contemplación podría ser calificada de “aburrida” o “rara”, pero entonces tendríamos que estar orgullosos de serlo.
Al paso que van las cosas, puede ser que en unos cuántos años los tranquilos campos por los que pasé hoy sean invadidos por ridículas moles de concreto, que es como oír reguetón en medio de la novena sinfonía de Beethoven.
No se oirán los mugidos de los rebaños ni el crujir de las hojas saludando al viento; no se verán mariposas volando y tampoco niños jugando. No recordarán su historia ni los cuentos de sus abuelos. Y nadie querrá sentarse a ver el atardecer.
Suena triste la verdad si se dice de manera tan directa, pero si no doliera tampoco haríamos nada por tratar de curarla.
La Red de Bibliotecas Rurales es mi familia, siempre lo fue y siempre lo será, más allá del tiempo y la distancia. Ahí tengo cientos de tíos, tías y primos, humanos hermanos que también luchan para que la verdad, al fin, no duela.
Con ellos, comuneros, uno puede sentarse a ver y agradecer este atardecer.
Mara

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