abril 24, 2020

A distancia

La cuarentena de varias semanas que vivimos en nuestro país, implica también la suspensión de labores presenciales en la escuela. Como alternativa, el Ministerio de Educación ha dispuesto por tiempo indefinido un sistema de educación a distancia a través de la radio, televisión e internet.
Al margen de lo que este cambio repentino implica para los profesores, padres de familia y estudiantes, tanto a nivel de organización como del uso de la tecnología, otras preocupaciones muy importantes resultan de esta situación.
Confundidos, después de haber pasado largas horas y días enteros elaborando una tediosa y, a mi modo de ver, poco funcional, programación curricular, los profesores, en su afán de cumplir fielmente con toda esa programación, llenan de actividades, tareas, videoconferencias y evaluaciones “a distancia” a sus estudiantes, habiendo pasado de un confinamiento social a un confinamiento académico. Y sus hogares, lejos de ser el refugio ideal en este tiempo de incertidumbre, muchos de ellos se han convertido en pequeñas escuelas donde lejos de aprender a gusto, los nervios y la desesperación crecen con más velocidad y riesgo que el propio virus (¡exagerando, claro!)
Por otro lado, muchos docentes y estudiantes empiezan a extrañar el afecto que tanto motiva las ganas de enseñar y de aprender, los saludos, las sonrisas, los abrazos y todas esas muestras de gratitud y cariño inocente y sincero de los niños, nos ayudan a empezar el trabajo de cada día. Tomar la mano de un niño para ayudarle a escribir una letra que se le hace difícil; tomar juntos un libro para leer; revisar las tareas uno a uno, hablando bajito para que los demás no escuchen las correcciones…
Interactuar en una videoconferencia no es lo mismo que estar juntos en un aula, preguntarse y responder “a las ganadas”, teniendo que recordar a cada instante nuestros acuerdos de convivencia (que también fueron reemplazados por íconos y apagadas de micrófono pre establecidos en el sistema)
Leer libros virtuales, hacer tareas virtuales, organizar reuniones virtuales y otras tantas actividades virtuales carentes de virtud.
En este tiempo, pasamos muchas horas frente a la computadora tratando de aprender, mirándonos a través de cámaras y hablándonos a través de micrófonos, todo para intentar acercarnos, pero sin reparar en nuestras expresiones cansadas y afligidas, apagando de rato de rato la cámara y el micrófono para que nadie del otro lado se dé cuenta de nuestro reniego cuando algo no nos está saliendo bien.
Extraño mucho mi escuela, extraño volver y escuchar el murmullo de esos niños, sus risas, sus cantos, sus quejas, sus llantos; ya quiero dejar el classroom, el zoom y el meet. Nada puede reemplazar la presencia de las personas.
Lola

1 comentario:

kepa osoro iturbe dijo...

¡Cuánto amor hay en tus palabras, Lola!

Amor por la escuela, por la educación.
Amor por las muchachas y muchachos, por las niñas y los niños.
Amor por la palabra regalada generosamente.
Amor por la delicada ternura que une a maestros y estudiantes.
Amor por el saber, no por la mera acumulación de conocimientos.
Amor por la sonrisa, por el abrazo, por la gratitud.

Gracias por esta hermosa y sencilla muestra de que aun tenemos esperanza si en nuestros países habitan maestras y maestros como tú, dispuestos a regalar lo mejor de sí mismos a nuestras generaciones más jóvenes.

Ellas sabrán devolver a nuestra sociedad estos dones construyendo un futuro más sereno y amoroso para todos.