En la antigua tradición andina, el keshpe es un regalo especial, algo único, una bendición de la naturaleza. Es como una revelación, desde lo más sencillo hasta lo más complejo: uno está comiendo un plato de alverjas cuando –de pronto– se topa con una que no se ha cocinado, que es muy dura y que brilla con un color diferente. Ese es un keshpe. Una piedra, una planta, un viento… “Es mi suerte”, decimos.
Nunca pensé que un keshpe también podía ser un humano. Hasta hoy.
Hace casi 20 años, Jesús Quispe (el apellido Quispe viene de keshpe) se integró como el primer Coordinador voluntario de Bibliotecas Rurales en la lejanísima comunidad de Pión; al poco tiempo lo reemplazó otro compañero y ya no supimos de él. Aquel sector de nuestra Red estuvo luego mucho tiempo sin coordinador, hasta que hace solo unos años, Jesús me llamó para preguntar si podía volver. Cuando nos encontramos, me dijo:
— Tengo cáncer, profe, pero sí voy a poder.
Y sí pudo.
Anduvo por cada una de sus comunidades, animando: “¡Lean! ¡No hay cosa como esta!”
Viajaba dos días enteros hasta Lima para que le aplicaran las terapias. Un día de esos llama:
— ¡Profe!, ¿podemos formar Bibliotecas Rurales en Huánuco?
— ¡Jesús —le dije—, Huánuco es otra región y está lejísimos!
— Es que estoy aquí con varios compañeros, en plena quimioterapia, y les estoy contando de nuestras Bibliotecas Rurales. ¡Viera cómo se entusiasman! Y uno de Huánuco ya se animó a formarlas en su comunidad.
Jesús (como se llamaba el Hijo del Carpintero) Quispe (de Keshpe: la bendición) era inagotable: no quería perderse ninguna Asamblea de la Red; formó más de 20 bibliotecas; llenaba sus Cuadernos de Rescate con lo que los viejos de su comunidad le habían enseñado…
Hace un par de meses, los médicos lo desahuciaron.
— Profe —me dijo— ya he hablado con mi compadre Segundo Custodio para que él asuma la Coordinación.
Hoy es 18 de mayo. Doña Eva, su amada esposa, acaba de llamarme para avisar que Jesús ha muerto.
En medio de esta ahogante tristeza, me convenzo: la tierra, Madre bendita, nos envió a Jesús Quispe Delgado para alumbrarnos, para enseñarnos, para animarnos. Para darnos un ejemplo de lo que significa emerger y seguir andando, a pesar de los pesares.
1 comentario:
¡Qué dones y riquezas no nos regalarán los libros si Jesús los amaba tanto! En cada uno de elos, en cada invitación a la lectura, en cada muestra de coraje, como describís, Jesús dejó su huella. Los qu no tuvimos el privilegio e conocerle tan de cerca sentimos doble dolor por su marcha. Eso sí, estamos seguros de que el cielo es menos negro desde el 18 de mayo.
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