- Me duele la cabeza, vecinita, ¿qué será? Tranquila estaba en la mañana.
- Tome agüita con limón, vecina. De repente tiene presión alta; coma también una lima, tome su perejil chancado…
Desde niños, en mi casa aprendimos que no se puede esperar que todas las enfermedades se curen con una receta médica; unas veces porque no había dinero para pagar la consulta o, simplemente, porque teníamos para comprar la receta en una farmacia (y el dinero con las justas alcanzaba para comer), a no ser que la enfermedad hubiese sido de apuro, de riesgo, ahí sí, como sea. Lo bueno es que enfermábamos muy poco, de vez en cuando. Imagino que era también porque nuestro ambiente estaba menos contaminado, comíamos menos cantidad pero más nutritivo y, pese a ser pobres, teníamos menos estrés: sin computadoras, teléfono ni televisión; pero eso sí, pobres y todo, en la casa había suficientes libros para leer, porque estos remedios siempre tuvieron prioridad.
Así, cuando mi madre escuchaba el diagnóstico del doctor (rogando que no sea algo de mucho peligro), miraba la receta y, si no había dinero para comprar los medicamentos, empezaba a buscar los remedios caseros que preparaba para curar nuestros males.
Aprendimos, como muchas otras familias, que la cola de caballo cura los problemas de los riñones; el matico es para aliviar la gripe; el perejil ayuda cuando tenemos cólera; el apio calma los cólicos, tanto como el orégano y la ruda; aprendimos que para dormir bien podemos tomar romero o manzanilla y, si padecemos una alergia, nada mejor que la lancetilla; ni qué decir de la pimpinela que alivia los males del corazón, junto con la malva de olor y la congona, mezclados con cáscara de lima y geranio blanco… Nuestros antepasados conocían mucho de medicina tradicional y muy poco hemos aprendido los hijos.
Y no es que demos la contra a los sistemas de salud, no estamos en contra de lo que recetan los médicos; pero bien sabemos que la pobreza es grande y los recursos de los hospitales no alcanzan para todos, especialmente en este tiempo. También sucede que, por ahora, si tenemos algún mal de poco riesgo, es mejor curarnos en la propia casa, así en los hospitales pueden atenderse los pacientes más graves.
Pero cuando el mal es nuevo y peligroso, como este que nos asedia y amenaza tan de cerca, que todavía no sabemos bien cómo tratar y nos mantiene con incertidumbre, es difícil decir qué sería lo más indicado. Seguramente hay todavía personas mayores ensayando recetas caseras y, quizá con el tiempo, alguna ha de funcionar.
Mientras tanto, que no falte en nuestras macetas unas ramitas de perejil, un poco de menta, apio, hierba buena, romero, lancetilla, congona o malva de olor. No curan el coronavirus, pero alivian otros males que también nos persiguen y podemos aliviar con prontitud.
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