agosto 26, 2020

Vivir agosto en la tradición andina

Cada 1º de agosto los pueblos andinos, antes de comenzar el ciclo agrícola, realizan ceremonias a la Pachamama, se le agradece por todos sus regalos y se le venera por ser fuente de vida: alimento, agua y hermanamiento con todos los seres que habitan nuestro entorno.

Aquí en la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca tenemos este ritual reverencial como acto de inicio de todas nuestras andanzas: cuando empezamos una Asamblea o un encuentro de capacitación, una presentación de libros; cuando iniciamos un círculo de lectura o cuando visitamos a nuestros apus o a nuestras lagunas. La ofrenda a la tierra es uno de nuestros esenciales rituales para sabernos vinculados a nuestra tierrita, a nuestros difuntos y a nuestras montañas sagradas. Es decir ‘vivimos en agosto’, porque recordando y viviendo nuestras tradiciones andinas sentimos que sí podemos continuar en medio de la desmemoria, el consumismo y las injusticias de un sistema que no sabe de gratitud y vínculo, de ayllu y de amores.

El mundo andino está hecho de sabiduría y entusiasmo, de sacralidad y respetos. Aquí aprendí a ofrecer un poco de vino, cerveza o aguardiente a la Tierra; hecho que describe José María Arguedas en su libro Todas las sangres: “Cinco comuneros derramaron unas gotas sobre la palma de su mano para no mojar la alfombra, y soplaron las gotas de coñac esparciéndolas en el aire. De este modo hacían participar en el brindis a los dioses montañas”.

También aprendí a hacer mi bolito de coca como el más genuino ritual para conversar, hacer un rescate o simplemente para estar con todos en comunión.

Hace poco Alfredo, nuestro maestro y compañero, me explicó lo siguiente: “El kinto (también kintu o cocakintu) es un manojito o ramillete especial de hojas de coca. Por lo general se hace con tres hojitas (aunque también puede hacerse con dos o cuatro) seleccionadas como las más “bonitas” o enteritas. Es una ofrenda de inicio, pero también es una señal de muy alto y sentido saludo, respeto, cariño o reconocimiento. Normalmente va acompañada del pukay (o pokuy = soplo, resuello, aliento), ates de entregarlo. Por eso, cuando nos ‘armamos’ (ponemos el bolo de coca), antes de meter las hojas a la boca o hacer nuestra ofrendita, le hablamos y damos nuestro resuello. Esito”.

Este mes de agosto hice entonces, a diario, mi paguito a los cerros, y con ello a todo el mundo andino que me ha enseñado las mejores y más importantes lecciones para una vida buena, dulce, repleta de sentido y sacralidad.

Sea esta la oportunidad para agradecer a esta “chacra” inmensa de la Red de Bibliotecas Rurales, a todas las familias bibliotecarias por sus enseñanzas, por su sabiduría y, sobre todo, por el cariño, la alegría y la fuerza que conforma sus inmensas almas.

Nathalia


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