En
estos días he vuelto a leer “El hombre que curaba”, uno de los últimos libros
de Alfredo Mires –de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca–, que es como
un espejo del autor.
Tiene
tantas facetas, tantos colores y tantas formas, como un caleidoscopio. Diferentes
personajes nacen de cada página y nos hacen partícipes de la multitud étnica y
generacional del Perú.
Los
protagonistas de los 18 cuentos se nos acercan como si fueran nuestros vecinos,
como gente que conocemos desde hace años. Cada uno nos habla de sus alegrías y
pesares, en su lenguaje particular, y escuchándolos nos damos cuenta que
nuestro castellano es mucho más que una herencia española: es nuestro idioma,
domado por los ancestros.
Los
personajes comparten con el lector un pedazo de su vida y leyendo nos encontramos
con individuos muy especiales, marcados por su historia personal y sus anécdotas.
Todos ellos también son reflejo de los sufrimientos y goces de nuestro pueblo.
Vivencias históricas y episodios culinarios –muy propios y típicos de los
peruanos– completan y acrecientan sus páginas e inspiran un cariño especial
para los actores que habitan este libro.
Y
a veces, sin darnos cuenta, nos acecha y sorprende este humor profundo, fino y
selecto de Alfredo. Realmente es un deleite leerlo. Anímense, lo recomiendo.
Un lector
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