En estos días escuché al compañero Alfredo recordándonos aquello que
“Cuando muere un anciano, una biblioteca arde”, se me ocurrió la siguiente
historia:
En
un pueblo cercano los niños vivían sus historias escuchando al abuelo. Cada
tarde se sentaban alrededor del banco donde él solía estar mirando el
atardecer. Un día el abuelo ya no estaba aquel lugar; los niños lo buscaron y
preguntaron por él: “Ha enfermado; está muy grave”, les dijeron.
Los
sueños, la alegría y la vida de los niños también enfermaron. Todo era silencio
y monotonía. Aquel banco estaba vacío, aunque lleno de soledad, extrañando a
aquel anciano.
Aquel
hombre de mirada viva y que brillaba al contar sus historias, ya no estaría más:
los niños sintieron que su biblioteca se había incendiado.
Marleny Olivera, de San Ignacio
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