Hoy regreso a ti, a tu abrazo hermano, Alfredo, aquella mañana que te vi volar entre las flores colibrí, mientras mi corazón se llenaba de hondonadas y emociones como tormenta furiosa, te pensé en la montaña, en el infinito “Qayaqpuma”.
Aquí quedaron tu poncho, tu sombrero, tu taleguita de coca, tu dulce vino y ese amor criador que sembraste en cada una de nuestras hechuras: Si pudieras ver aquellas miradas, aquellos abrazos; aquel amor que creó tu partida, en todos los que escuchamos tu voz y sentimos tu palabra.
Ese día recogimos tus flores, tus fragancias, tu poncho tierra y emprendimos hacia ese altar para honrarte, que te lo ganaste con el impulso, con el corazón. Mientras nos acercábamos a ese espacio sembrado en la base de tu Apu, te recordábamos, te soñábamos y recorríamos esa cuestita sintiendo toda tu presencia en la inmensidad de la montaña.
Finalmente llegamos a un cobijo, una pequeña meseta que sentimos que sería de tu agrado Alfredo, acomodamos tus flores y el espíritu, te rezamos desde nuestras risas y lágrimas, tu compadre Javier nos compartió su sueño: donde te había visto montado, en un caballo blanco con una mancha tierra en la frente, recorriendo el lomo y las hechuras del “Qayaqpuma”, así te honramos querido hermano.
Ahora cada vez que recorro tu Apu, me saludas desde la tierra y el firmamento y nosotros humildes y alegres solo nos queda en el alma “Gratitud”.
Mauricio.
Aquí quedaron tu poncho, tu sombrero, tu taleguita de coca, tu dulce vino y ese amor criador que sembraste en cada una de nuestras hechuras: Si pudieras ver aquellas miradas, aquellos abrazos; aquel amor que creó tu partida, en todos los que escuchamos tu voz y sentimos tu palabra.
Ese día recogimos tus flores, tus fragancias, tu poncho tierra y emprendimos hacia ese altar para honrarte, que te lo ganaste con el impulso, con el corazón. Mientras nos acercábamos a ese espacio sembrado en la base de tu Apu, te recordábamos, te soñábamos y recorríamos esa cuestita sintiendo toda tu presencia en la inmensidad de la montaña.
Finalmente llegamos a un cobijo, una pequeña meseta que sentimos que sería de tu agrado Alfredo, acomodamos tus flores y el espíritu, te rezamos desde nuestras risas y lágrimas, tu compadre Javier nos compartió su sueño: donde te había visto montado, en un caballo blanco con una mancha tierra en la frente, recorriendo el lomo y las hechuras del “Qayaqpuma”, así te honramos querido hermano.
Ahora cada vez que recorro tu Apu, me saludas desde la tierra y el firmamento y nosotros humildes y alegres solo nos queda en el alma “Gratitud”.
Mauricio.
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